Los resultados del plebiscito de salida para refrendar la propuesta de nueva constitución emanada de la Convención Constituyente han dado una amplia mayoría a la opción rechazo, con un 62% de los votos. Este resultado es incluso peor de lo que preveían las encuestas. Es necesario explicar el porqué.
La primera observación es que la distribución del voto fue parecida a la de la segunda vuelta de la elección presidencial. En el gran Santiago y en el gran Valparaíso, las comunas obreras y populares votaron en mayor proporción por el apruebo (aunque en muy pocas superó al rechazo) y las comunas burguesas de clase alta votaron aplastantemente por el rechazo. Sin embargo, a diferencia de entonces ahora el voto de las comunas obreras no fue suficientemente favorable al apruebo como para contrapesar el voto de los ricos.
Por dar un solo ejemplo, en Lo Espejo, Boric sacó 34.000 votos ante los 12.000 de Kast (73% contra 26%). Ahora el apruebo logró 36.000 votos, pero el rechazo contó con prácticamente el mismo número (50% contra 49%). Ahí está una de las claves. El plebiscito contó con una participación récord en virtud de la aplicación por primera vez de la combinación inscripción automática más voto obligatorio, lo que movilizó a un bolsón de votantes habitualmente apáticos y escépticos, siempre más susceptibles a la propaganda del miedo de la derecha y los grandes medios de comunicación, y que aparentemente se inclinaron por mantener el estado actual de las cosas. Esto afectó además de manera desproporcionada a las comunas obreras y pobres que son tradicionalmente más abstencionistas.
Pero esto no era algo automático ni inevitable. Algunos de los mismos dirigentes que son responsables del desastre, ahora culpan al pueblo “ignorante”. Hay que decir claramente que la nueva Constitución propuesta no logró conectar con las angustias reales de la población y los trabajadores, con pocas soluciones concretas a las demandas que llevaron a la revuelta popular de 2019, tales como el fin de las AFP, la renacionalización de los recursos naturales, la refundación de la policía y el ejército, etc. Los sectores populares más desilusionados de la política suelen inclinarse hacia programas decididos, que aborden sus problemas cotidianos con firmeza; ni el gobierno, caracterizado por su apatía, ni la Convención, enmarañada en ideas postmodernistas, han logrado entusiasmar a las masas. La propuesta de Constitución, al quedarse en los márgenes estrechos de la propiedad burguesa, es incapaz de responder a cuestiones básicas como la educación, la salud, la jubilación, el empleo, etc. Las frases altisonantes sobre un “estado social de derecho”, el carácter “plurinacional” (al tiempo que se encarcela a los dirigentes mapuches y se mantiene la militarización de la Araucanía) no podían convencer a un sector lo suficientemente amplio de los trabajadores y los oprimidos. Una propuesta más clara y radical, de ruptura abierta con el capitalismo, de proponer la resolución de los problemas acuciantes de las masas sobre la base de la expropiación de los ricos y poderosos, hubiera sido la única con capacidad de romper la propaganda del miedo y convencer a los sectores anteriormente abstencionistas.
Otro elemento a considerar fue que el rechazo se impuso prácticamente en todas las regiones del país, pero sacó una amplia ventaja en áreas rurales y en el sur de Chile. Esto demuestra que los principales partidos por el apruebo, el PC y el FA, e incluso mucho de los movimientos sociales representados en la Constituyente, carecen de una base firme en sectores campesinos y semi-rurales, y han basado sus campañas en núcleos pequeñoburgueses y progresistas, desdeñado la construcción de partidos de masas con sólidas bases ideológicas. La construcción de una conciencia obrera robusta no se logra de la noche a la mañana, a través de memes ingenuos en redes sociales o volantes simplistas.
Como era de esperar los partidos del apruebo no han sacado ninguna conclusión, o mejor dicho han sacado la conclusión contraria a la que se necesitaría. El gobierno y sus partidarios tempranamente han dado señales de un giro a la derecha, han hablado de “sintonizar mejor con las mayorías”, que no es otra cosa que morigerar aún más su ya diluido programa, y abrir espacio a elementos de centro y derecha de la extinta concertación, que esperaban como buitres una oportunidad como ésta para levantarse de sus ataúdes. Buena parte de la coalición gobernante estaba incómoda con un programa más radical, y veían en la propuesta constituyente una amenaza a su tranquilidad, por lo que han recibido esta oportunidad con satisfacción. Pero se equivocan quienes añoran un retorno a la aparente estabilidad de los gobiernos de la Concertación. El “Acuerdo por la Paz”, una componenda diseñada para cerrar por arriba la revuelta de Octubre, buscaba restablecer una solidez institucional, y lo que se logró fue todo lo contrario: incertidumbre institucional y crispación popular.
En las calles no se escucharon manifestaciones masivas ni festejos desbordados. El voto rechazo no es un voto ideológicamente duro; más bien era un voto alimentado por el miedo y la incapacidad de la propuesta de constitución de dar respuesta a las dificultades reales de un sector del electorado que ya venía de una posición de falta total de confianza en las instituciones. No han logrado ninguna victoria real, pues todo retorna a la Constitución de Pinochet, que ya fue rechazada por un 80% de la población. Los caminos que se abren son múltiples y precarios. Se reunirá el gobierno con los partidos del apruebo y del rechazo, para buscar un nuevo acuerdo para salir de este intríngulis, intentando mantener las definiciones tras las gruesas paredes del Congreso Nacional, el órgano más desprestigiado de la nación.
Los círculos progresistas no tardan en mostrar signos de desmoralización. No es de extrañar; su visión mecanicista de la realidad no les permite escudriñar más allá de la superficie de las cosas. Los marxistas, en cambio, no podemos darnos el lujo de desmoralizarnos y unirnos al coro de lamentos en redes sociales. Comprendemos que las profundas corrientes subterráneas no revierten su flujo producto de votaciones circunstanciales. Las manifestaciones en apoyo al apruebo de las últimas semanas de campaña arrojaron a las calles cientos de miles de jóvenes y trabajadores determinados y radicalizados, un escenario que no estaba en los papeles de la élite hace unos pocos años atrás. Esas capas multitudinarias no se satisfarán con nada menos que las demandas básicas de Octubre de 2019, con la promesa del fin del neoliberalismo, es decir del único capitalismo posible en esta fase de crisis orgánica del sistema y recesión mundial. En un estado de crisis económica y social que se arrastra por años, buscarán otras salidas a sus problemas más angustiantes, solidificarán sus organizaciones territoriales y volverán, más pronto o más tarde a las calles. La idea de que las aspiraciones de un cambio radical en las masas de la clase obrera y los oprimidos, que se expresaron en la histórica revuelta de 2019 no se pueden resolver con un cambio constitucional, como ya advertimos en su momento, ha sido puesta a la práctica y ha fracasado. Los trabajadores chilenos más comprometidos comienzan a despertar de las ilusiones democráticas propuestas por la clase dominante, y al calor de esta frustrada experiencia, retomarán su espíritu de lucha, pero esta vez con un nivel de consciencia cualitativamente superior.
Estas capas constituyen un campo fértil en el que se han depositado los sedimentos de la revuelta de Octubre, que espera ser arado con la yunta del marxismo y sembrado de ideas revolucionarias. El fruto madurará silenciosa pero irrevocablemente, y debemos estar preparados para cosecharlo. La CMI- Chile lo dijo claramente antes del plebiscito y lo repite ahora: ¡la lucha continúa!
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