La huelga general del 12 de noviembre fue un éxito enorme que puso al gobierno contra las cuerdas. Cientos de miles, probablemente millones marcharon en todo el país, 300.000 en Santiago, 40.000 en Valparaíso, 100.000 en Concepción. El paro fue sólido en salud, educación, el sector público, los portuarios y sectores de la minería y muy amplio en otros sectores productivos. Se demostró la fuerza de la clase obrera para paralizar la economía en un país capitalista. A casi un mes de su inicio, el levantamiento sigue avanzando en amplitud y no lo detiene ni la represión (miles de heridos y detenidos, más de 200 personas que han perdido un ojo, 21 muertos), ni las falsas concesiones de Piñera.
Al final del día y después de las marchas multitudinarias hubo enfrentamientos con los carabineros y barricadas en todo el país. Debemos ser claros, la violencia es el resultado de la brutal represión de los carabineros. La salvaje actuación en Lo Hermida la noche anterior fue un incidente más a sumar a las numerosas violaciones de derechos humanos que han ido encendiendo la rabia y la ira popular. Un grupo de manifestantes atacaron, lograron entrar y prender fuego al Regimiento de Tejas Verdes del ejército que había albergado el mayor centro de torturas de América Latina. La juventud lleva días respondiendo a los carabineros y defendiéndose de sus ataques con métodos cada vez más afinados. Es necesario organizar la autodefensa de las movilizaciones y de las comunas populares mediante comités de resguardo y seguridad.
La huelga general también escenificó el rechazo contundente a la última maniobra de Piñera de ofrecer la convocatoria de un “congreso constituyente” que estaría compuesto de miembros del actual congreso. Es una maniobra transparente. El levantamiento es contra el régimen y el régimen quiere aparentar reformarse por arriba, pero para que nada cambie. Al mismo tiempo los partidos de oposición (desde la DC hasta el PC) sacaron un comunicado rechazando la propuesta de Piñera y exigiendo en cambio una Asamblea Constituyente. Al día siguiente se abrieron negociaciones entre el oficialismo y estos opositores para llegar a algún tipo de acuerdo. Claramente la prisa por cocinar una salida por arriba es por miedo a que el levantamiento insurreccional por abajo los barra a todos. La última propuesta es una “convención constitucional” con una parte de delegados electos por votación popular y otra por el actual congreso. Todas estas maniobras, que incluyen también de manera muy activa a Desbordes, de RN, y la Asociación de Municipalidades que preside ese partido que ha convocado por su cuenta un plebiscito sobre la modificación de la Constitución.
Cuando el pueblo movilizado exige una Asamblea Constituyente, lo que quiere es derrocar todo el régimen heredado de la dictadura. Pero debemos advertir que una Asamblea Constituyente tal y como se está planteando no es más que otro parlamento patronal. La clase dominante, aterrada por un derrocamiento revolucionario, es perfectamente capaz de conceder la convocatoria de una AC burguesa para dentro de unos meses, con el objetivo de tratar de sacar el movimiento de las calles y llevarlo al terreno más confiable del constitucionalismo burgués.
En realidad lo que está planteado en Chile ahora mismo es la cuestión de quién manda, si la clase capitalista a través de sus partidos e instituciones, o la clase obrera y el pueblo movilizado en las calles. Es necesario fortalecer las estructuras que el movimiento ya se ha dado en forma de asambleas territoriales, cabildos abiertos autoconvocados y comités de huelga y resguardo. Estas asambleas y cabildos deben coordinarse mediante delegados electos y revocables en cabildos regionales y un gran Congreso Nacional de la Clase Obrera y el Pueblo, o una gran Asamblea del Pueblo. Esta es la respuesta correcta a las maniobras que se cocinan por arriba.
La Unión Portuaria y el Bloque Sindical de la Unidad Social han apuntado a la convocatoria de una «huelga general progresiva», pero sigue sin plantearse el objetivo que la calle exige: ¡Fuera Piñera Asesino! Es necesario organizar un plan de lucha en ascenso que culmine en una huelga general indefinida para tumbar a Piñera y su régimen. El gobierno está contra las cuerdas. Se abren fisuras en el aparato represivo del estado, desbordado por la respuesta popular. La noche de la huelga general el ejército no dejó que Piñera declarara el estado de emergencia por miedo a las consecuencias que eso podría tener. Ahora es el momento de empujar y terminar de tumbar este gobierno podrido.
Las demandas más sentidas del levantamiento (abajo la represión, no más AFPs, salud para todos, educación gratuita, revertir las privatizaciones, derechos laborales y sindicales, derechos democrático nacionales para el pueblo Mapuche) solo se pueden conseguir con un cambio de raíz. Si la clase trabajadora toma el poder y expropia a Piñera, la gran patronal y a las multinacionales, se puede usar toda la riqueza que genera la clase trabajadora para satisfacer las necesidades de la mayoría y no el afán de lucro de una minoría de parásitos. De esta manera podemos barrer de una vez por todas la Constitución de 1980 y todo el régimen que representa y establecer un auténtico gobierno de la mayoría para la mayoría: un gobierno de los trabajadores y trabajadoras. ¡Ahora es cuando!