Luis Emilio Recabarren y el desarrollo de las fuerzas reales del sindicalismo chileno

Mauricio Olave Sierra

El contexto en que se expresan las primeras luchas proletarias en Chile, coincide con la dominación del imperio británico, que se profundiza con la “victoria” en la Guerra del Pacífico, conflicto bélico que anexa territorio peruano y boliviano al territorio nacional. Con esta conquista bélica, Chile adquiere control sobre grandes extensiones de territorio y con ello, se adueña del salitre irrumpiendo en la economía mundial, en pleno auge de los fertilizantes naturales.

En la mayoría de los países latinoamericanos, incluyendo Chile, el camino que siguió la oligarquía terrateniente fue convertir a los países en exportadores de materias primas. El imperialismo británico se iba apoderando de las riquezas naturales, provocando que el presidente liberal José Manuel Balmaceda, se opusiera al predominio británico sobre el salitre, según sus propias palabras, no estaba dispuesto a que el país se convirtiera en “una simple factoría extranjera”. Como consecuencia de este acto de rebeldía en defensa de la soberanía, el imperialismo británico impuso una cruenta guerra civil en alianza con una burguesía local incapaz de generar un proyecto nacional, corrompiendo a políticos y militares. Balmaceda es derrotado, y el capital británico termina por imponer sus términos.

La industria salitrera crece de forma exponencial, y esto provoca un crecimiento demográfico de trabajadores de diversos países en las pampas salitreras. Ayuda en este proceso, los “enganchadores” que eran personas encargadas de atraer mano de obra barata, muchas veces con engaños sobre las bondades de la industria y excelentes condiciones laborales. Una vez contratados los obreros, se daban cuenta que sus jefes británicos tenían una sola cosa en mente, la rentabilidad, a costo incluso de las vidas humanas. La falta de regulación y de medidas de seguridad provocaban tasas elevadas de accidentes de trabajo, pero para las empresas salitreras era preferible a invertir en la seguridad de los trabajadores. Esta no era la única forma en que estos empresarios demostraban su desprecio hacia los obreros. Además, existían las pulperías, almacenes instalados al interior de las oficinas salitreras, en las cuales los obreros debían obligatoriamente comprar, incluso a precios que superaban el 100% del valor en el comercio regular. Estas pulperías eran de propiedad de las salitreras, y se pagaba con fichas que solo eran útiles en las pulperías de sus patrones, ya que a los obreros no se les pagaba con dinero real, como forma de someterlos y forzarlos a mantenerse trabajando bajo ese sistema de explotación.

Alguna prensa de la época, denuncia a las salitreras como centros de torturas, al margen de o protegidas por la ley. Se asumían a sí mismas como encargadas de impartir justicia dentro de los límites de su propiedad, con la existencia de cepos y garrotes para castigar a los trabajadores, aunque solamente sea por sospechas de haber cometido algún delito dentro de sus instalaciones. Por cierto, las faltas más comunes merecedoras de castigos brutales, podían ser: organizarse y comprar artículos fuera de las pulperías.

El descontento social se hizo latente con mayores niveles de organización y audacia. Y con ello, comienzan a naturalizarse las masacres obreras, teniendo un momento cúspide en la memorable Matanza en la Escuela Santa María de Iquique, el 21 de diciembre de 1907. Se habla de unos 3600 obreros asesinados junto a sus familias, obreros que exigían un petitorio tan básico y necesario, fueron engañados para esperar respuestas en aquella escuela. Presas del hambre continuaron con sus convicciones intactas, hasta que finalmente se da la orden de ejecución. Las primeras ametralladoras adquiridas por el gobierno para el ejército, serían estrenadas contra los pampinos en Iquique. Diversos consulados, entre ellos, el consulado boliviano, hacen gestiones para salvar la vida de los obreros extranjeros que se encontraban entre los huelguistas, pero su respuesta fue unánime: “con los chilenos vinimos, con los chilenos morimos”, desatando la masacre mas relevante de la historia de Chile.

La Matanza en la Escuela Santa María tiene un efecto inesperado para la clase dominante. Pretendieron dar una lección de terror a la clase obrera, pero lograron que esta adquiriera mayor conciencia de clase. Con Luis Emilio Recabarren, obrero tipógrafo, conocido hasta ahora como “el padre del movimiento obrero chileno”, antiguo militante del Partido Demócrata, comienza a germinar con fuerza la necesidad de que la clase obrera se representase a si misma, con los intereses propios de su clase social. En este sentido, Recabarren va rompiendo con su antiguo partido hasta crear un nuevo partido político independiente de las tendencias burguesas predominantes. Primero se crea la Federación Obrera de Chile (FOCH) en 1909, y desde ahí, los sectores mas avanzados de la FOCH, en 1912 fundan el Partido Obrero Socialista (POS), que diez años después pasa a llamarse Partido Comunista de Chile, al incorporarse a la III Internacional.

Desde un comienzo, existe una estrecha vinculación entre la FOCH y el POS, es decir, que se logra cohesionar la organización sindical con la organización política de los trabajadores, logrando impulsar una organización con un marcado sello clasista y revolucionario. En aquel tiempo las ideas anarcosindicalistas tenían un fuerte predominio, a las que Recabarren contrapone sus tesis, la necesidad de dar batalla a través de un partido político de origen obrero.

La ofensiva del capitalismo se expresaba en la creencia de su superioridad frente a la clase obrera. Es muy significativa aquella frase pronunciada por Eduardo Matte Pérez, dirigente político de una histórica familia oligarca, los “Matte”, que señala en 1892 “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciaste y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio”. En este sentimiento de superioridad de la clase dominante se basaba la crudeza del enfrentamiento de clases, que tuvieron que enfrentar aquellos primeros dirigentes revolucionarios. La sensación de indefensión ante los poderosos, lleva a Luis Emilio Recabarren, a plantearse nuevas tesis en la lucha social. Sin tener en un comienzo contacto directo con las ideas marxistas, este dirigente y pensador chileno, logra interpretar críticamente la sociedad y sentar las bases de un pensamiento clasista.

Con plena conciencia de que el objetivo estratégico del naciente sindicalismo era la construcción de una nueva sociedad humana, comprende que las luchas reivindicativas son pasos necesarios dentro de un contexto superior. Aprovecha hábilmente cada conquista, como medio de una escalada creciente con perspectiva estratégica. Influye en su análisis una verdad incuestionable, que la clase obrera debía prepararse para grandes batallas, por lo que reconoce que hace falta un gran trabajo en esta perspectiva, señalando el desarrollo de las fuerzas reales del proletariado, es decir, trabajar sobre la capacidad real del pueblo, para lanzarse a la lucha de clases con posibilidades ciertas de vencer. En este sentido, el desarrollo de las fuerzas reales, adquiere un sentido conceptual. Su base son acciones en el campo de la educación popular, ideológica y de organización. Un aspecto central dentro de las fuerzas reales, son las fuerzas intelectuales, a las que otorga mayor importancia desde la práctica militante.

Con esta idea de las fuerzas reales, va impregnando a la organización obrera de un sello transformador y militante. Su principal contribución en este ámbito, es proporcionar fundamentos sólidos a la acción sindical, sin importar incluso si la organización es pequeña, esta puede ser influyente en su ambiente. Recabarren pensaba que la educación puesta al servicio de una causa colectiva, por medio de una acción inteligente y metódica, entregaba a las luchas sociales y sindicales un alto valor por sí misma. Los trabajadores debían capacitarse a través del sindicato, y en este campo de la actividad educativa de masas, se consideran dos elementos: el primero es la capacitación técnico industrial y el desarrollo de la cultura popular; el segundo es proporcionar las condiciones para el desarrollo del pensamiento, porque es efectivo que los seres humanos antes de ejercer la acción sindical y política, requieren comprender la educación en un doble sentido, es decir, la educación como medio de subsistencia y la educación como medio de pensamiento critico frente a la sociedad que requiere ser transformada.

En la conquista de aumentos salariales, reducción de la jornada laboral, mejoras en las condiciones de seguridad y salud en el trabajo, la huelga resultaba fundamental. Pero la huelga vista como un acto preparatorio, como un espacio de asimilación y formación donde por un lado, se pueden obtener estos u otros beneficios, es decir, conquistas que pueden lograrse sin afectar al sistema capitalista desde lo medular. Y por otra parte, conquistas que ocasionan un daño mayor a la clase patronal. De todas formas, cualquier conquista podía constituirse como un impulso moral, demostrando a las masas populares que la organización era el camino para lograr mejores condiciones laborales y la emancipación de la clase obrera.

Recabarren demostraba confianza en el espíritu revolucionario del pueblo, y solía decir que la “monstruosidad” de la explotación terminaría por impulsar a los trabajadores a la lucha frontal contra el régimen opresor, sacándolos de su estado de inacción y temor a los capitalistas. En ese sentido primario de organización, la clase obrera se enfrenta a sí misma, a sus propias vacilaciones e incoherencias. Este proceso de auto-aprendizaje va acompañado del debate en las asambleas, donde es posible que se generen múltiples demandas, sin que necesariamente apunten a soluciones reales. Este ejercicio dialogante entre pares que comparten miserias y esperanzas, es el germen de la revolución. Asumirse desde su realidad de explotado y reconocerse con un otro, es un aprendizaje tan significativo que sería injusto cuestionarlo solo aludiendo a lo precaria de la organización y las falencias en el petitorio de demandas.

El concepto de explotación desde la perspectiva de Recabarren, paulatinamente va adoptando la ideología marxista. Motivado por el triunfo de la Revolución de Octubre, el movimiento obrero chileno realiza actividades financieras para poder conocer la experiencia en Rusia, donde Recabarren viaja y trae grandes enseñanzas. En 1923, publica el libro “La Rusia Obrera y Campesina, algo de lo visto en una visita a Moscú”, síntesis de una estadía de 43 días en aquel país, donde Recabarren destaca su motivación para conocer la experiencia de los bolcheviques en el poder, de corroborar si efectivamente existía un gobierno de los trabajadores y más importante aún, si existía la posibilidad de la restauración del capitalismo. Ya un Recabarren más maduro, y asumido como marxista, declara: “quise convencerme si las condiciones del pueblo ruso eran más propicias para la revolución y para el comunismo que las condiciones del proletariado chileno para acometer la misma empresa”, y luego añade: “y creo no engañarme si aseguro que al proletariado de Chile solo le falta disciplinar un poco más su organización política y económica para encontrarse en capacidad de realizar la revolución social”, finalizando con la conclusión “solo así, expropiará todo el régimen de explotación capitalista, que termine definitivamente con el caos capitalista incapaz de producir el bienestar social que reclama la población de Chile”.

El viaje de Luis Emilio Recabarren a la Rusia Bolchevique en los tiempos en que Lenin aún vivía, logra cristalizar en este revolucionario chileno toda una serie de reflexiones entorno al marxismo y la experiencia de lucha del proletariado chileno. Pasando por grandes procesos, desde su adolescencia cuando a los 14 años ingresa a trabajar a una imprenta, dejando sus estudios, a tomar conciencia de las injusticias sociales e interpretar la realidad social, organizar a los trabajadores sindical y politicamente, asumir que la lucha del proletariado debía culminar en la construcción de una nueva sociedad, luego incorpora el marxismo como ideología, sin encontrar grandes contradicciones a sus contribuciones anteriores. Pero lo mas relevante, es que este recorrido reafirma sus tesis sobre las fuerzas reales, que lo convence aún más de que el proletariado chileno puede hacer la revolución, pero para ello requiere fortalecerse aún más. Es decir, debe seguir promoviendo el desarrollo de sus fuerzas reales, debe seguir educándose, mejorar sus organizaciones y prepararse para el enfrentamiento frontal que termine en la victoria.

Estas reflexiones de Recabarren al regresar a Chile tuvieron un gran impacto en el proletariado chileno. Es más, su prestigio y autoridad entre los trabajadores pudo haber sido un factor determinante en que el POS tomará la decisión unánime de pasar a llamarse Partido Comunista y asumirse como un partido marxista, cosa que no ocurrió en otros países, donde hubo escisiones mayoritarias y minoritarias al momento de tomar esa misma decisión. Esto es debido a un trabajo de años, en que Recabarren desde un inicio imprimió un perfil ideológico clasista y revolucionario.

Recabarren estaba firmemente convencido que las organizaciones de base, que cada persona que formaba parte del sindicato, incluidas sus familias, eran la fuerza vital para alcanzar una nueva sociedad humana. Por ello, es tan conocida esa anécdota en los tiempos del Partido Obrero Socialista, cuando algunos de sus compañeros deciden seguirlo a escondidas para corroborar las palabras siempre optimistas con que solía reportar sus encuentros con obreros. Para muchos dirigentes del POS, resultaba extraño tantas buenas noticias, y en eso, se encontraron con una escena que los llenó de dudas respecto a la honestidad de su compañero de lucha. Vieron a Recabarren conversar por horas con una sola persona, al fracasar la convocatoria de una asamblea de trabajadores. Como era de esperarse, sus compañeros le reprocharon su actitud, no podían entender que fuese considerada como exitosa una jornada donde llega solo un asistente. Leal a sus principios, éste responde que efectivamente fue una jornada de alegría para la causa del socialismo, porque en esa conversación de horas, había logrado incorporar un nuevo militante para el POS. Ese era Recabarren que anteponía lo estratégico, pues para él, haber logrado un militante para la lucha por una nueva sociedad, como para cualquier revolucionario verdadero, era en si misma una victoria para la causa proletaria, quizás incluso mucho mejor que haberse encontrado con una asamblea desbordante, pero sin obtener de ella fortalecer a la organización revolucionaria.

Las condiciones materiales con las que se enfrenta la organización sindical, no se puede separar de la realidad objetiva de los trabajadores como clase social, eso es parte de la esencia del marxismo. Recabarren estaba tan consciente de esta tesis, que sabia apreciar cada conquista, desde mejoras salariales hasta la afiliación militante revolucionaria. No se trataba de ser un dirigente conformista, sino todo lo contrario. Utilizaba hábilmente cada avance como parte de la construcción estratégica y no caía en la premura de lo urgente, como suele sucederle a esos dirigentes que se adentran tan profundamente en la contingencia, sin perspectiva histórica ni ideológica. Lo coyuntural era concebido como pasos necesarios, pero dentro de una perspectiva de mayor alcance. Por esto, esas conquistas que tienden a desmovilizar a las masas, es decir, que luego de alcanzadas ciertas demandas se termina debilitando la organización y la misma conciencia de las masas, eran vistas como algo perjudicial. Es en estos momentos cuando los cuadros dirigentes revolucionarios deben entregar claridad, con honestidad plantear una linea de acción, que permita darle conducción política revolucionaria al movimiento de masas.

Ahora entramos a la función de los dirigentes de la clase trabajadora, que cumplen un rol esencial para encauzar las luchas sociales. Este es un aspecto crucial, pues la clase obrera requiere luchar por una nueva sociedad, y por lo tanto debe incorporar a la acción sindical elementos políticos e ideológicos, de carácter revolucionarios, con un alto sentido de responsabilidad ante la historia y el conjunto de los explotados y oprimidos.

La cuestión política en el seno de los sindicatos es un asunto ético y de juicio, un dirigente realmente comprometido con la clase obrera, siempre buscará la forma de entregar elementos políticos-ideológicos para la discusión en el sindicato. Es una torpeza calificar de inmundo o no apropiado en los espacios del sindicalismo, el tratamiento de temas políticos. Esto sería favorecer las tesis burguesas sobre el rol gremialista de los sindicatos, pues conciben a estos como organizaciones que luchan por causas económicas dentro de los marcos institucionales, lo que en el Chile contemporáneo se ajusta a las negociaciones colectivas regladas por el código del trabajo. Esa relación entre el sindicato y la empresa, es contraria a las ideas de Recabarren que planteaba una lucha sindical compleja, amplia, solidaria y con perspectiva emancipadora.

Recabarren jamás oculto sus objetivos superiores, construir una nueva sociedad a través de la organización de los trabajadores. Incluso en un discurso pronunciado en la cámara de diputados en el año 1915, deja establecido como anhelo el derecho a conquistar el poder político, agregando a esto, “que si ese poder le es negado, el movimiento revolucionario no se quedará de brazos cruzados, luchará por el poder con firmeza por medio de la legalidad, y de no tener éxito”, afirma en la cámara que “nadie tendrá derecho a negarles hacer la revolución”. Pero este pensamiento es más anterior aún, en el año 1903, un artículo publicado por “El Trabajo”, periódico de la Mancomunal Obrera de Tocopilla, un obrero escribe: “La revolución seguirá impertérrita su marcha, tranquila si la libertad la ampara, violenta y terrible si se le pretende detener”. Esto también forma parte del desarrollo de las fuerzas reales, puesto que la clase requiere hacerse de todas las herramientas necesarias para la toma del poder, teniendo en claro, que la victoria revolucionaria será el resultado de un proceso de aprendizajes y luchas populares. Recabarren plantea claramente un horizonte estratégico a los trabajadores, y a la vez, es capaz de ir sentando las bases necesarias de preparación para afrontar las grandes batallas contra el capitalismo.

¿Cuánto de Recabarren existe en las luchas de la izquierda contemporánea?, aparentemente, su pensamiento sigue vigente y cumpliendo una función orientadora de la acción sindical, aunque llevado al extremo de la caricatura de dirigente formal y conciliador, pacifista y reformista. Recabarren fue un organizador y educador de masas por excelencia, mantuvo su claridad en los momentos más complejos dentro de la organización partidaria, pese a quedar en posición de minoría, despreciado por la tendencia que pretendió erradicar sus ideas al interior del Partido. Entrado el proceso denominado como “bolchevización del Partido”, después de su muerte ocurrida el 19 de diciembre de 1924, y pese a las grandes manifestaciones de masas, de trabajadores que le rinden homenaje, comienza a instalarse la idea que el legado de Recabarren carecía de fortaleza ideológica, siendo un verdadero peligro y desviación para impulsar un proceso revolucionario en Chile. Esta intención de opacar su legado coincide con la “estalinización” del Partido Comunista de Chile.

En la actualidad, entender a Recabarren es tarea sencilla cuando se continua luchando como él lo hizo, creando movimiento popular desde sus raíces, como expresión genuina de las necesidades mas sentidas del pueblo. Uno de sus grandes legados, pese a ser por momentos ignorado, es el desarrollo de las fuerzas reales con las que debe contar la clase proletaria, en su misión emancipadora, el poder que radica esencialmente en la organización de los trabajadores. En esto, Luis Emilio generó grandes aportes, no solo organizando mancomunales y sindicatos, sino creando una infinidad de periódicos obreros, bibliotecas y llevando el teatro y otras expresiones artísticas al alcance del pueblo, representando la sociedad de clase y que los obreros pudiesen verse a sí mismos representados. Además impulsó campañas contra los vicios, denunciando entre otros, al alcoholismo, como una de las trabas de la clase obrera en su misión revolucionaria.

Nuestra tradición centenaria de luchas obreras nos lleva a grandes desafíos, uno de ellos es retomar los valores y enseñanzas de luchadores como Luis Emilio Recabarren, que cobran vigencia a medida que el avance de las fuerzas políticas contrarias a los intereses de los trabajadores se consolidan, al menos electoralmente. Ante esto, la gran pregunta es, ¿se encuentran los trabajadores y sus organizaciones preparadas, para impulsar una alternativa con perspectiva socialista?, evidentemente, a pesar de nuestros anhelos, es necesario reconocer que no estamos preparados, por lo tanto, al igual que Recabarren en su propio tiempo, debemos analizar minuciosamente nuestra realidad y ponernos a dotar de fuerzas reales a la clase trabajadora. Nuestro trabajo debe abocarse entre otras tareas, al fortalecimiento organizativo e ideológico de las masas populares, sobretodo en este auge de descontento social que se vive en Chile, las luchas callejeras requieren de una perspectiva crítica, emancipadora y de transformación revolucionaria de la sociedad.

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