“Hay que estudiar el marxismo. Ser una organización viva”: Entrevista a compañero de la Olla Común Hugo Manascero en La Pintana.

A fines de enero 2021, convenimos una entrevista con el compañero José Salas, obrero comunista, quien nos contó sobre los orígenes de la población San Rafael en la Pintana, la lucha contra la dictadura, y la Olla Común Hugo Manascero. En el grupo Octubre de la Corriente Marxista Internacional, consideramos importante dar voz a militantes de la clase trabajadora, contribuyendo con su experiencia a la memoria histórica.

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Qué pasa en Carabineros de Chile

No pasa un sólo día sin que Carabineros de Chile haga noticia por su brutalidad, corrupción e incompetencia. El miércoles 18 de noviembre, se viralizaron imágenes donde balearon a dos menores de edad, en un centro que colabora con el SENAME en Talcahuano. El presidente en su estilo indolente se refirió a los niños como “accidentados”. Los hechos provocaron finalmente la salida del Director General Mario Rozas, en el cargo desde diciembre 2018, por tanto responsable desde el “estallido” de las más de 8 mil denuncias por violaciones a DDHH. 1,315 de estas a menores de 18 años, 364 denuncias por violencia sexual y 460 víctimas de trauma ocular (datos a Junio 2020). ¿Qué pasa realmente en Carabineros? ¿Es posible reformar la policía?

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Triunfo contundente del Apruebo – un golpe a Piñera y al régimen

Con una mayoría contundente gana el Apruebo, un 78% contra 22% del Rechazo. El plebiscito decide cambiar la constitución de la dictadura. Una victoria que la clase trabajadora celebra y siente como propia. Después de un año de la marcha más grande de Chile, el pueblo ha pasado por muchas cosas. La represión, abusos, muertos y mutilados; también engaños y manipulaciones mediáticas. Y considerando la pandemia, vemos una importante participación récord de 50%. Y esto de cara a una verdadera tormenta electoral en los próximos meses. ¿Qué significa esta victoria?

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Más allá del Plebiscito Constitucional: Por una real solución a las demandas del Octubre Rojo Chileno

El 18 de Octubre de 2019 se abrió una nueva etapa en el Chile de post-dictadura. El Octubre Rojo chileno había sido anticipado por masivas manifestaciones estudiantiles en 2006 y 2011, que reivindicaban la demanda concreta por una educación pública gratuita y de calidad, pero que ya anidaban en su seno una frustración y descontento mucho más amplios. Las protestas iniciadas a fines del año pasado reflejan el colapso de un sistema capitalista extremo, impuesto a sangre y fuego durante la dictadura de Pinochet, y mantenido a base de amaños, corrupción y represión por los 30 años que siguieron a la caída del régimen. El eslogan “Hasta que valga la pena vivir”, sintetiza la profundidad del cambio que las masas reclaman y su determinación de luchar hasta conseguirlo. Esta irreductible voluntad del pueblo chileno no pudo ser quebrantada ni con la más brutal represión desplegada por Carabineros y las Fuerzas Armadas, que dejaron tras de sí un sangriento reguero de muertos, mutilados y torturados, y solo amainó temporalmente ante la imprevista aparición de la pandemia de Covid-19.

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El 10% de las pensiones fue una derrota del gobierno ¡vamos a por más!

Como anticipamos en una nota anterior, la votación por el retiro del 10% de los fondos de pensiones, avanzó en el parlamento y fue promulgada el pasado viernes. La ley será publicada el lunes y los cotizantes ya podrán tramitar la obtención de su 10%. Esto a pesar de las presiones del gobierno, que vió a la derecha dividida. Y pese a las amenazas de los grupos económicos más poderosos del país, beneficiarios estos últimos del sistema privatizado de pensiones. Esta batalla por el 10% remece los pilares ideológicos y económicos del sistema de acumulación capitalista en Chile.

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El 10% de las pensiones, o el fin de las AFP. El camino para el segundo estallido en Chile.

El debate sobre el proyecto de ley de retiro del 10% de las pensiones, se da en un contexto en que la mayor parte de la población trabajadora está siendo golpeada por la pandemia del COVID 19 y los primeros pasos de la crisis capitalista. El pésimo manejo de la enfermedad ha llevado a la muerte de al menos 7000 personas y al colapso del sistema de salud. El gobierno parece ocupar esta tragedia como una oportunidad para hacer negocios y echarles manos a los recursos estatales.

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¿Qué fue y qué será de la rebelión de octubre? Necesitamos una Corriente Marxista de la clase obrera

El estallido social de octubre, marca un salto cualitativo desde los movimientos de masas y protestas que desde hace más de una década marcaron el paisaje del Chile post dictatorial. En una mirada global, es un punto de inflexión inscrito en el contexto de crisis mundial capitalista. Se trata de un levantamiento de masas, de carácter insurreccional, que desde el viernes 18 de octubre hasta fines de noviembre, involucró entre 5 y 6 millones de personas participando activamente.

El “Fuera Piñera”, sigue siendo desde el estallido una de las principales consignas, que expresa el ánimo generalizado contra el gobierno del empresario-presidente Sebastián Piñera. Pero el repudio general hacia todas las instituciones se arrastra desde antes. Con casos emblemáticos de corrupción en Carabineros y Ejército, la Iglesia, y el Congreso, por nombrar algunos.

El descontento se expresó en diversas luchas políticas. El movimiento estudiantil de 2006-2011. Revueltas regionales y ambientalistas. Los paros docentes. El mayo feminista y otras movilizaciones de mujeres. Las marchas por No Más AFP. Las protestas contra la privatización de recursos naturales en medio de la crisis hídrica que afecta a comunidades. La continua represión y resistencia en el Wallmapu, territorio ancestral mapuche. Las huelgas de subcontratados, en la minería, forestales, salmoneras y puertos. Además de conflictos laborales en retail, call center y otros.

La chispa de los secundarios encendió los ánimos y la solidaridad. En el octubre chileno todas las luchas convergieron. Todas las demandas se oyen en las calles y se ven en los muros. “No son 30 pesos, son 30 años” protesta contra todo el espectro político que administró la limitada transición democrática, sobre la base de la impunidad y continuidad del sistema capitalista, defendido por la constitución del 80. Entre las principales demandas del movimiento de masas encontramos Educación, Pensiones, Desigualdad, Salarios y Desempleo.

Después de una semana, el estado de emergencia y toque de queda fue derrotado por el ánimo combativo de las masas en las calles. Esto a pesar de la violencia ejercida por el Estado. El movimiento cuenta aún con una fuerza extraordinaria y un apoyo abrumador. Esto fue evidente en la convocatoria nacional a “la marcha más grande de Chile”, el 25 de octubre.

La Huelga General del 12 de noviembre, convocada por el Bloque Sindical de la Mesa de Unidad Social, fue la paralización más efectiva desde 1990. Esta entrada de la clase obrera como protagonista en el proceso, encendió las alarmas de la clase dominante, precipitando en 72 horas un acuerdo entre los partidos del régimen en crisis.

El clamor por una Asamblea Constituyente, para las masas en las calles, representa la aspiración a un cambio social fundamental y el repudio a todo el régimen existente. Incluso los partidos de derecha, ante el peligro de ser barridos por el levantamiento, se vieron obligados a forjar un acuerdo con la oposición, con el objetivo de desactivar el movimiento. El PS y el FA se prestaron vergonzosamente para esto. De aquí surge el llamado “Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución”. El régimen estaba contra las cuerdas, desbordado por la calle y los dirigentes de la izquierda parlamentaria vinieron a salvarlo sobre la base de la convocatoria de un proceso constituyente que no iba más allá de los límites del parlamentarismo burgués.

Cuando la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) convocó para el 11 de mayo de 1983 al primer paro en 10 años, se inició un proceso de radicalización política y movilización masiva contra la dictadura de Pinochet. Las jornadas de protestas tomaron matices insurreccionales. La transición democrática fue producto de un acuerdo por arriba, para evitar el desborde por abajo. Ese fue el rol jugado por la Concertación de Partidos por la Democracia. Las lecciones de este período evidencian que otro gesto en las urnas del régimen no es ninguna garantía para una transformación radical, que dentro de los límites del sistema capitalista no es posible.

Ya pasaron 30 años de “transición democrática” pactada sobre la base de la impunidad de los crímenes de la dictadura y la continuación del sistema económico capitalista. Y aún el reciente acuerdo del 15N busca canalizar las aspiraciones democráticas y de mejor calidad de vida, dentro de un marco institucional tutelado por el Congreso. Este acuerdo no toca los privilegios de la clase capitalista, no tocan las AFP, ni el negocio privado en la salud y la educación; no hablaba de justicia por las violaciones de DD.HH, ni de la liberación de los más de dos mil presos políticos.

La oligarquía empresarial chilena, componen una clase dominante ignorante y atrasada. Incapaz de desarrollar la economía por sus medios, débil frente a la inmensa clase obrera y los pobres, necesita someterse a la dominación imperialista. Las reivindicaciones democráticas chocan con las exigencias económicas del capitalismo en crisis, que impone la explotación rapaz de recursos naturales y trabajo humano. Las garantías democráticas para sostener todo aquello que es preciado para el desarrollo de las sociedades humanas, de salud, vivienda, educación, pensiones, etc., no vendrán por leyes firmadas sobre papel. Sino que están determinadas por la real correlación de fuerzas entre las clases en disputa. Una nueva constitución en los términos propuestos por el régimen es un engaño. Una nueva constitución que realmente sirva a los intereses de la mayoría oprimida sólo será posible cuando la clase trabajadora derroque el podrido régimen burgués y tome el poder, político y económico, en sus propias manos. Sólo expropiando a las multinacionales, podrán controlarse los recursos democráticamente al servicio de la mayoría.

La Unidad Social fue desdibujando cada vez más su rol en la oposición al gobierno, sin llegar nunca a plantearse de manera seria la demanda más popular de las protestas: “Fuera Piñera”. La CF8M y la ACES denunciaron el rol conciliador que algunos dirigentes del Bloque Sindical de Unidad Social adoptaban frente a un gobierno que literalmente declaró la guerra a los trabajadores y los pobres. Ni la represión ni falsas concesiones lograban aplacar la tremenda revolución que se desata en Chile. Pero las políticas de conciliación y colaboración con el empresariado de parte de los líderes sindicales y el papel de la izquierda con su política de cretinismo parlamentario dieron un respiro vital al régimen en crisis.

La economía se encontraba en una recesión severa y la pandemia precipitó la crisis mundial capitalista. El plebiscito por una nueva constitución ha sido aplazado hasta octubre. Mientras, se registran aún enfrentamientos callejeros y verdaderas protestas del hambre en varios puntos del país. Se destaca crudamente lo que el despertar chileno denuncia. La vulnerabilidad de amplios sectores de la población, la desigualdad, la precariedad de la salud pública, las pensiones y salarios que no alcanzan, la informalidad laboral y el desempleo. Los decretos laborales y medidas sanitarias, son una cuarentena hecha a la medida de la derecha y los empresarios, fiscalizada por los militares en las calles.

Sin “paz” ni “nueva constitución” a la vista, el acuerdo del 15N se encuentra desnudo de su predicado. Sólo expone la parte del “Acuerdo”. Es decir, como sostenimiento del régimen por el conjunto del sistema de partidos.

Hoy se fragua un nuevo “Acuerdo Nacional”, esta vez bajo los ropajes de la crisis sanitaria. En todo caso, esta situación no es nueva. Esta política de los acuerdos y las cocinas parlamentarias han sido la normalidad de los últimos 30 años.

Lo extraordinario del despertar chileno ha sido la energía de la juventud que ha mostrado que otra realidad es posible. Lo nuevo es la combatividad de las masas y las formas de autoorganización, que vimos en la Huelga General, en los Cabildos y Asambleas, en la Primera Línea y en las Brigadas de Salud. Estas son las formas organizativas que se ha dado la clase, y aunque quizás con otro nombre, muy probablemente volverá a agruparse de esta forma. Son formas embrionarias de poder dual, que levantan frente al poder oficial del estado burgués y sus instituciones, un poder potencial de la clase trabajadora.

Además de las poblaciones históricas de la izquierda y la lucha contra la dictadura, nuevos sectores de masas han tomado protagonismo, jóvenes y no tan jóvenes, de las poblaciones de Santiago y de regiones, barras bravas, etc. Particular importancia tiene el movimiento de mujeres, que batió todos los récords en la convocatoria del último 8 de marzo, pero que desde hace años viene construyéndose y denunciando la violencia machista y del Estado capitalista, además de levantar demandas por derechos sociales.

El levantamiento dio cuenta de su fuerza tremenda, pero evidentemente se alcanzaron ciertos límites. Las manifestaciones de masas son imprescindibles para crear la confianza de éstas en sus propias fuerzas. Pero no son suficientes para vencer al aparato estatal, los medios de comunicación de la burguesía, y el desgaste ocasionado por dirigentes conciliadores.

La Mesa de Unidad Social, presionada por las bases, por un tiempo fue virtualmente capaz de dar una dirección unificada por arriba. Pero carecía de mecanismos reales de democracia directa interna. Era una reunión por arriba de representantes de organizaciones y no una genuina asamblea de delegados electos en las fábricas, los puestos de trabajo, los barrios y las barricadas. Debido a esto, no expresaba hasta el final el ánimo combativo y las demandas de fondo de la clase trabajadora, como la salida de Piñera.

Ante la ausencia de una perspectiva clara de cómo avanzar, las huelgas generales por hito, parciales y limitadas en el tiempo, inevitablemente producen cansancio. Los límites fueron entonces dados por los dirigentes sindicales y de la izquierda reformista. O dicho de otra manera, el límite fue la ausencia de una dirección revolucionaria de la clase obrera.

Como quedó demostrado el 12 de noviembre, la clase trabajadora tiene la capacidad de paralizar el país y poner en jaque al gobierno patronal. El sujeto de la transformación revolucionaria necesaria es por lo tanto la clase trabajadora.

La crisis económica, ha puesto a la orden del día planes de intervención estatal en la economía. En particular, la aerolínea LATAM ha suscitado propuestas de representantes del empresariado para el rescate de empresas “estratégicas”. Estas propuestas revelan la hipocresía del capitalismo, que socializa las pérdidas pero privatiza las ganancias. Pero también Convergencia Social ha salido al paso, dando mayor énfasis a la participación estatal y la prohibición de los despidos. El PC habla de un fondo para el rescate de empresas esenciales, con carta dirigida al “Señor Presidente”. Se abre la puerta a un debate sobre el carácter socialista de esta política. De lo que se trata es de expropiar sin indemnización y bajo control de los trabajadores los sectores fundamentales de la economía, no de rescatar a los empresarios privados.

Si bien las medidas paliativas contra el desempleo y el hambre pueden en principio beneficiar a la clase trabajadora, este es dinero que debe ser pagado con impuestos y deuda pública. En última instancia, este dinero termina en manos de los bancos, de los dueños de los medios de producción. Se trata de medidas para salvar el capitalismo y evitar una explosión social. No serán decretos ni astucias parlamentarias que protegerán de los despidos. Sólo mediante la propiedad común de los medios de producción puede construirse un plan económico socialista. Sólo mediante la expropiación de los dueños de Chile pueden cumplirse todas nuestras demandas.

La clave será galvanizar la capacidad de movilización y organización de las millones de personas que han salido a luchar. Las demandas tienden a converger en un programa único. Por Salud y Educación Pública, Gratuita y de Calidad. Jornada laboral de 40 horas. Salario Mínimo de 700 mil pesos. No Más AFP, y por un sistema de reparto solidario y administración pública. Por la Nacionalización del Cobre, el Agua, el Litio y el Mar. Por la expulsión de las forestales y Fin a la Militarización del Wallmapu. Por el fin a la impunidad. Todas estas son demandas apoyadas por la gran mayoría del pueblo.

El programa mundial de la burguesía es salvar el capitalismo haciendo a los trabajadores pagar por la crisis. Asistimos a una etapa histórica de enfrentamientos agudos entre las clases. Durante el pasado Octubre Rojo Latinoamericano vimos órganos de lucha genuinamente emanados de la clase obrera y los oprimidos, con el potencial de ser órganos embrionarios de doble poder, como en Ecuador y en Chile. Vimos protestas masivas en Haití, Puerto Rico, Honduras y Colombia.

En Chile el pueblo trabajador desafió las fuerzas represivas, venciendo el estado de emergencia y toque de queda. Se asistió a una jornada histórica de protesta y Huelga General. Se organizaron Cabildos y Asambleas. Se organizó la Primera Línea contra la represión. Pero no se logró consolidar una coordinación regional y nacional de estos organismos. Para esto se necesitaba una tendencia política que luchara por profundizar el alcance de estos órganos emanados del octubre latinoamericano. Una tendencia que luchara dentro y fuera de los sindicatos, para generalizar las experiencias más avanzadas de la clase obrera. La construcción de una tendencia así es la tarea a la que nos abocamos en la Corriente Marxista Internacional, presente en más de 40 países. El desarrollo pleno de la inteligencia y fuerza creativa de la clase trabajadora, esta es la perspectiva por la que luchamos.

Para los marxistas resulta clave entender en qué medida y con qué medios la clase trabajadora puede ser capaz de colocarse al frente del movimiento y desarrollar organismos de poder propios, para derribar al gobierno de los empresarios, en la perspectiva de un gobierno de trabajadores. Para esto es importante además dialogar con las bases de los partidos de izquierda, como el PS, PC y el FA. Presentar una alternativa revolucionaria para todas aquellas personas que están desilusionadas en estas organizaciones.

El sistema capitalista enfrenta la más grave crisis de su historia. La propiedad privada y las fronteras nacionales son una barrera para la solución de los problemas fundamentales de la humanidad. La presente pandemia mundial así lo ha evidenciado. Los dueños de Chile no pueden hacer otra cosa que defender sus intereses capitalistas. Es hora de que los trabajadores defendamos también nuestros intereses. Las palancas fundamentales de la economía deben estar bajo control de los trabajadores y el pueblo. Una transformación socialista de la economía y la sociedad, dirigida democráticamente por la clase obrera, puede producir en beneficio de las necesidades del pueblo, y no para las ganancias de una minoría que amenaza la existencia de la humanidad y el planeta.

Una victoria revolucionaria en Chile, en el contexto actual de convulsión a nivel internacional, abriría las puertas a una oleada que barrería con los regímenes capitalistas podridos en todo el continente y más allá. Luchamos por un Chile socialista en el marco de una Federación Socialista de América Latina que sería un poderoso impulso para una Federación Socialista Mundial.

Si tienes acuerdo con lo que acabas de leer, no necesitas saber mucho más para sumarte a nosotros.

chile@americasocialista.org

Históricas: 8 de Marzo en Chile con millones en las calles denuncia el terrorismo de Estado

Este 8 de marzo una nueva marcha histórica ha colmado las calles de Chile en el contexto del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Según las organizadoras, alrededor de 2 millones marcharon sólo en Santiago, y la cifra a nivel nacional alcanza los 3,5 millones de personas. Dos jornadas de “Huelga General Feminista” fueron convocadas para este 8 y 9 de marzo, por la Coordinadora Feminista 8M. El llamado es en particular contra el Terrorismo de Estado. Las mujeres están en la primera línea de la rebelión iniciada en octubre, tanto físicamente como avanzando demandas, por los derechos sociales, y contra la violencia y la impunidad.

Este 8 de marzo del 2020 se encuadra en el marco del “Octubre Chileno”. Además es posible establecer un hilo continuo de movilizaciones de mujeres, que en parte llevan a las jornadas de protesta nacional iniciadas por las evasiones masivas de estudiantes secundarios la semana del 18 de octubre del 2019. Por ejemplo, desde la formación de secretarías de género en universidades en 2016 (al calor del movimiento Me Too a nivel mundial), pasando por el Mayo Feminista el 2018, y la también masiva e histórica marcha del 8M de 2019. Cientos de miles de mujeres se han manifestado durante años contra el acoso, los femicidios y el machismo. Se ha visto el carácter internacional de los movimientos de mujeres, con el “Ni Una Menos” que ha atravesado América Latina y las movilizaciones a favor del aborto. La viralizada performance “Un violador en tu camino”, impulsada por el Colectivo “Las Tesis”, une a las mujeres en todas las latitudes contra la violencia machista, contra el Estado y la policía. En esta histórica marcha del 8M de 2020 se escuchó fuerte y claro la exigencia de la renuncia del presidente Piñera.

Finalizando las vacaciones de verano, marzo obligadamente volvió a colocar al frente a los dos sectores más combativos en la lucha contra el gobierno. Las mujeres y la juventud. El regreso a clases desató un “Mochilazo”, movilizaciones de secundarios que provocaron el cierre de más de 20 estaciones de metro y protestas en varias ciudades de Chile, sobretodo protagonizadas por estudiantes de liceos de mujeres.

La Coordinadora Feminista 8M y la ACES se retiraron de la Mesa Unidad Social. Este organismo inicialmente agrupaba a cientos de organizaciones sociales y de trabajadores, llevando en su mejor momento a la convocatoria de la gran huelga general del 12 de noviembre, la más grande en décadas y que puso al régimen contra las cuerdas. Luego del llamado “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre entre el gobierno y partidos de la oposición (con excepción del Partido Comunista y sectores del Frente Amplio), la Unidad Social fue desdibujando cada vez más su rol en la oposición al gobierno, sin llegar a plantearse nunca de manera seria la demanda más popular de las protestas: “Fuera Piñera”. La CF8M y la ACES denunciaron el rol conciliador que algunos dirigentes del Bloque Sindical de Unidad Social adoptaban frente a un gobierno que literalmente declaró la guerra a los trabajadores y los pobres. Hasta entonces ni la represión ni falsas concesiones lograban aplacar la tremenda revolución que se desata en Chile. Pero las vacilaciones de dirigentes sindicales y de izquierda dieron un respiro vital al régimen en crisis. El acuerdo del 15N busca canalizar las aspiraciones democráticas y de mejor calidad de vida, dentro de un marco institucional tutelado por el Congreso. El acuerdo no toca los privilegios de la clase capitalista, no tocan las AFP, ni el negocio privado en la salud y la educación; no habla de justicia por las violaciones de DD.HH, ni de la liberación de los más de dos mil presos políticos.

Es justo después del engañoso acuerdo que la performance de Las Tesis da un nuevo impulso a las protestas. Nos recuerdan que no puede haber perdón ni olvido por los abusos cometidos por policías y militares durante el Octubre Chileno. Ya aguantamos 30 años de “transición democrática” pactada sobre la base de la impunidad de los crímenes de la dictadura de Pinochet y la continuación del modelo económico capitalista. ¿Puede el pueblo chileno aceptar ahora este “Acuerdo” del 15N, nuevamente sobre la base de la impunidad y sin tocar el poder económico de los dueños de Chile? Los medios internacionales tuvieron que hacer eco del fenómeno viral de “Un violador en tu camino”, pero descafeinando muchas veces su contenido y explicando simplemente que se trata de una coreografía contra la violencia machista en general. La performance, por supuesto que denuncia la situación de opresión de la mujer, el acoso, los femicidios y las desapariciones, pero lo hace también muy en concreto denunciando a los agentes del Estado. En el contexto que vive Chile, el cántico lanza dardos directamente al gobierno criminal de Piñera y la normalidad violenta que quieren imponer.

La marcha del 8M éste 2020 coloca a las mujeres no sólo como un grupo víctima de abusos y demandando derechos al Estado, sino que sobretodo se colocan como protagonistas de sus propias vidas y al centro del momento histórico que vive el país. Históricas, dice un gran lienzo en la marcha. Reivindican además un método fundamental de la lucha de los explotados y oprimidos, la Huelga, que plantea la cuestión de quién hace funcionar realmente la sociedad. La “Huelga General Feminista” llama la atención sobre las labores domésticas y de cuidado, el trabajo de reproducción social que mayoritariamente ocupan las mujeres. A su vez, las precarias condiciones de trabajo, salarios y pensiones afectan más agudamente a las mujeres, el sector más explotado de la clase trabajadora. Luego de la épica jornada del domingo 8, el lunes 9 se trataba principalmente sobre la huelga. Javiera Manzi, vocera de la CF8M explicaba:

“Hoy nos levantamos en huelga en todo el territorio, en todo el país. El negacionismo histórico de quien niega los derechos humanos, la violación a los Derechos Humanos como lo ha hecho la ministra Plá amerita huelga, la deuda educativa amerita huelga, cerca de la mitad de las mujeres en nuestro país ganan el sueldo mínimo amerita huelga, los femicidios ameritan huelga, la represión que vivimos en la jornada de ayer amerita huelga. Salgan a las calles, y griten por otra vida.”

El Bloque Sindical de Unidad Social anunció su apoyo a las movilizaciones del 8 y 9 de marzo. Sin establecer nada concreto más que un llamado en solidaridad general. Para el aniversario de gobierno el 11 de marzo, anunciaron un paro a las 11 horas, ¡por 11 minutos! Quizás en sintonía con el sentido “performativo” de algunos grupos feministas, pero completamente desconectado con el ánimo de las marchas multitudinarias que exigen fuertemente la renuncia de Piñera, el fin de la impunidad, y derechos sociales para el pueblo. El gobierno ha perdido la iniciativa luego del 8M. Una vez más, como ha sido históricamente, la movilización masiva de las mujeres reconfiguran la relación de fuerzas en favor del conjunto de la clase trabajadora. Las organizaciones de base deben superar los límites impuestos por el acuerdo constituyente, que es una farsa que sigue contando abusos, heridos y muertos del Chile que despertó. El movimiento feminista y de mujeres bien podría haber interpelado a las direcciones sindicales, haciendo un llamado a los trabajadores y trabajadoras a organizar en asambleas de base un paro activo en los centros de trabajo.

Las marchas han sido maravillosas (y muy fotogénicas), pero eso no basta para derribar el régimen de los dueños de Chile. Luego de la crisis del 2008 y la recuperación más lenta de la historia, las perspectivas económicas mundiales sólo anuncian recesión y cualquier accidente puede provocar una depresión. Los patrones pretenden que los trabajadores paguemos por la crisis. La minoría capitalista se aferra a sus riquezas, y no hay ningún espacio de maniobra para concesiones reales a las necesidades del pueblo. En todo el mundo las democracias son sólo fachadas que comienzan a caerse mostrando el carácter autoritario de la dictadura del capital. Todos aquellos que planteen soluciones dentro del marco del capitalismo, la propiedad privada y las fronteras nacionales, están destinados al fracaso y serán cómplices engañando a las masas. En Chile la situación de salarios, pensiones, desempleo y endeudamiento, no parece vayan a mejorar. Poco importa ya lo que haga, ante los ojos de todos este gobierno va ser responsable de la debacle económica, política y social.

Debe levantarse desde las organizaciones de base un gran Paro Nacional en unidad que haga saber que son los trabajadores y trabajadoras quiénes producen y hacen funcionar diariamente la economía y la sociedad. Las mujeres y la juventud en las calles dan el ejemplo de que unidos somos más poderosos. Vamos por una Asamblea de la Clase Trabajadora desde las bases. Por un Gobierno de Trabajadores, recuperando los recursos, como el Agua, el Cobre, el Litio y el Mar. Expulsando fuerzas armadas y empresas forestales del Wallmapu, territorio ancestral Mapuche. Abajo Piñera y su régimen capitalista.

América Latina en revolución – lecciones del octubre rojo

El mes de octubre de 2019 estuvo marcado por una oleada insurreccional en América Latina. Del 2 al 14 de ese mes se desarrolló un magnífico levantamiento obrero e indígena en Ecuador contra el paquetazo del FMI que el gobierno de Lenín Moreno quería imponer. Casi inmediatamente le siguió el estallido insurreccional en Chile cuyo inicio se puede fijar en la jornada del 18 de octubre y que continúa todavía, aunque con menor intensidad, en el momento de escribir estas líneas en enero de 2020.

No estamos hablando simplemente de movimientos de protesta que exigen una serie de reivindicaciones, sino de algo más. Se trata de movimientos que toman acción directa para conseguir sus objetivos, no se amilanan ante la represión, desafían no solo a una decisión del gobierno, sino al gobierno mismo y en realidad a todo el status quo, que empiezan a construir organismos embrionarios de poder obrero e incluso organizaciones de autodefensa de las masas ante la represión. Estamos hablando pues de insurrecciones con características revolucionarias. 

Es más, estos movimientos no se limitan a un solo país, sino que en un período breve de tiempo se han extendido de un país a otro. Podemos citar el enorme movimiento en Puerto Rico que durante diez días en julio de 2019 puso a cientos de miles en las calles y finalmente forzó la dimisión del odiado gobernador Rosselló. El hecho es todavía más significativo teniendo en cuenta que, oficialmente, Puerto Rico es territorio de los EEUU. 

Mención aparte merece el movimiento revolucionario en Haití que durante prácticamente once meses ha sacudido el país caribeño. Empezando en febrero, cientos de miles han salido a la calle en manifestaciones masivas, huelgas generales, boicots y enfrentamientos con la policía, en protesta contra la corrupción del gobierno títere de Jovenel Moïse, contra la represión, la miseria y la injerencia imperialista. El saldo mortal es incierto, pero más de 40 personas fueron asesinadas por la represión del estado entre setiembre y noviembre. 

Es necesario señalar al estallido en Chile le siguió el paro nacional del 21 de noviembre en Colombia, una movilización que a pesar de estar convocada solamente para un día, se prolongó en los días siguientes, y que marca un antes y un después en la lucha obrera y social en este país. Tampoco en el caso de Colombia se trata de un simple movimiento de protesta, sino de una impugnación general del régimen que continúa hasta el día de hoy.  

Estos movimientos en América Latina, aunque tienen sus propia características, forman parte también de un proceso más amplio a nivel internacional que incluye las revoluciones en Sudán y Argelia, los movimientos revolucionarios y de masas en Hong Kong, Líbano, Iraq e incluso en en Irán a lo largo del año 2019. También las protestas en Catalunya en octubre forman parte de la misma oleada. En todos estos casos hemos visto algunas características comunes: brutal represión estatal, la resiliencia de las masas que no retroceden, el cuestionamiento de todo el régimen, el descrédito de las organizaciones tradicionales y un fuerte elemento de espontaneísmo. 

A estos factores debemos añadir también, y de manera muy destacada, el papel de la juventud que ha estado en la primera línea de la lucha y sobretodo de los enfrentamientos con las fuerzas del orden. Se trata de una generación de jóvenes que han entrado a la vida política consciente al calor de la gran recesión capitalista de 2008, a los cuales el capitalismo no ofrece ninguna perspectiva, condenados a la precariedad en el empleo y que han reaccionado con furia ante el callejón sin salida al que se enfrentan. 

El mito de la “ola conservadora”

En el caso de América Latina, el octubre rojo de 2019 viene a enterrar definitivamente el cadáver insepulto de la “ola conservadora” y la “muerte de la izquierda” que comentaristas burgueses, pero también académicos y organizaciones de izquierdas, habían anunciado con bombo y platillo.

En marzo de 2016, el político mexicano Jorge Castañeda, que pasó de ser militante del Partido Comunista a ministro del gobierno reaccionario de Vicente Fox Quesada, publicaba una columna en el New York Times con el título “La muerte de la izquierda latinoamericana”. Apoyándose en las derrotas electorales del kirchnerismo en Argentina y del PSUV en Venezuela, Castañeda decretaba “la muerte”, fíjense bien, no el declive, ni el retroceso, sino la muerte, de la izquierda latinoamericana. 

En Brasil, ya en octubre de 2014, el dirigente del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) Guilherme Boulos, hablaba de una “ola conservadora” en su columna de opinión en la Folha de São Paulo. La idea de este y otros comentaristas de izquierdas era la de que se estaba produciendo en América Latina, un corrimiento del electorado hacia la derecha. Algunos llegaban a señalar que el motivo era el siguiente: los “gobiernos progresistas” habían aumentado el nivel de vidas de las masas, sacado a la población de la pobreza, y ahora que estas eran de “clase media” su conciencia había cambiado y votaban a la derecha. Una teoría tan simple como errónea que además tenía el valor añadido de echar la culpa a las masas y eximir a los dirigentes de toda responsabilidad.

Como ya explicamos en aquél entonces, en repetidas ocasiones, no estábamos en América Latina ante una ola conservadora y el anuncio de la muerte de la izquierda era muy precipitado. Es cierto que en un período corto de tiempo vimos la derrota del kirchnerismo en las elecciones de noviembre de 2015, la derrota del PSUV en las elecciones a la asamblea nacional de diciembre de 2015, la derrota de Evo Morales en el referéndum constitucional en Bolivia en febrero de 2016, el impeachment de una Dilma extremadamente impopular en 2016, etc. Todos estos fenómenos no son casuales y es necesario explicarlos.

Los “gobiernos progresistas”

En primer lugar debemos señalar que no es posible poner a todos los gobiernos que se agrupan generalmente bajo la etiqueta de “gobiernos progresistas” en el mismo saco. Evo Morales llegó al poder como producto secundario de dos levantamientos revolucionarios (en 2003 y 2005) en el que la clase obrera podía haber tomado el poder, pero no lo hizo por falta de dirección. El MAS se benefició de ese desenlace y desde el poder trabajó por recuperar la legitimidad de las instituciones burguesas.

Algo parecido se puede decir del kirchnerismo en Argentina, que llegó al poder después del estallido revolucionario en diciembre de 2001. El argentinazo puso en tela de juicio todas las instituciones de la democracia burguesa con su “que se vayan todos” y tumbando sucesivos gobiernos. El kirchnerismo cerró esa crisis revolucionaria abierta y devolvió la legitimidad a esas mismas instituciones. 

Lo mismo sucedió en Ecuador, donde la revolución ciudadana de Correa ganó las elecciones después de una serie de levantamientos insurreccionales que habían tumbado a los gobiernos del “loco” Bucaram (1997), de Jamil Mahuad (2000) y de Lucio Gutiérrez (2005). De nuevo, la crisis revolucionaria se cerró por la vía del parlamentarismo burgués. 

La revolución bolivariana en Venezuela fue diferentes de estos procesos, en el sentido de que, de todos ellos, fue el que más avanzó justamente en romper con el régimen capitalista, aunque nunca llegó a ir hasta el final. La elección de Chávez en 1998 y la derrota del golpe de estado de 2002 radicalizaron un proceso revolucionario que ya venía de antes y lo llevaron a empezar a chocar con los límites del sistema capitalista. Las tomas de fábricas (con apoyo de Chávez), las experiencias de control obrero (con apoyo de Chávez), la reforma agraria y la creación de las comunas (con apoyo de Chávez). Existía un proceso recíproco de radicalización entre las masas y el presidente, un proceso que se enfrentaba con la resistencia feroz de la burocracia y los reformistas, que llevó al propio Chávez a plantearse la necesidad del socialismo y de la abolición del estado burgués. 

Sin embargo, lo cierto es que todos estos gobiernos sí tenían algo en común. Se beneficiaron de un prolongado ciclo alcista de los precios de las materias primas, del petróleo, los minerales, las exportaciones agrícolas, sobre la base del cual pudieron sufragar importantes gastos sociales, que tuvieron un impacto concreto sobre las condiciones de vida de las masas. 

Empujados sobre todo por el crecimiento económico en China, los precios de las materias primas crecieron de manera sostenida entre 2003 y 2010. El precio del petróleo subió de menos de 30 dólares el barril a más de 100. El precio del gas natural había estado alrededor de 3 dólares por MMBtu (millones de unidades térmicas británicas) y aumentó a entre 8 y 18 dólares por MMBtu. El precio de la soja subió de un mínimo de 4 dólares por bushel a un máximo de más de 17 dólares. El cobre pasó de 0.67 dólares la libra, a 4,5 dólares. El zinc de un mínimo de 750 dólares por tonelada métrica a un pico de 4.600. El cobre de 3.500 dólares por tonelada métrica a un precio increíble de casi 33.000 dólares. 

Todos estos gobiernos tuvieron un largo período de relativa estabilidad debido a dos factores clave que estaban inter-relacionados. Por un lado la fuerza del movimiento de las masas, que la clase dominante era incapaz de derrotar en un enfrentamiento directo. Los intentos de golpe de estado en Venezuela (2002), Bolivia (2008) y Ecuador (2010) fueron derrotados por la movilización de las masas. Esto estaba también vinculado con el alto precio de las materias primas que hemos descrito, que permitía la ilusión de que se podían llevar adelante programas sociales importantes que beneficiaban a millones de personas, evitando un choque directo con los límites del sistema capitalista. 

El fin del boom de las materias primas sumió a toda la región en una recesión en 2014-15 y puso fin esa ilusión. Ese es el motivo económico de fondo de las derrotas electorales que hemos mencionado antes. El fin del crecimiento económico además, sacó a la luz e hizo más relevantes todas las limitaciones de esos gobiernos. El burocratismo en las organizaciones, la cooptación de los movimientos, las concesiones a la burguesía, el imperialismo y las multinacionales. 

Lejos de una situación en la que las masas de la clase trabajadora giraran a la derecha y pasaran a votar por partidos reaccionarios, lo que vimos en realidad fue un aumento de la apatía, el escepticismo y la abstención del electorado que había mantenido a estos gobiernos en el poder. Seguían hablando de “socialismo del siglo 21”, “revolución ciudadana”, “proceso de cambios”, etc., pero cada vez había una distancia mayor entre las grandes frases y la realidad concreta. 

La burguesía, que nunca se había reconciliado con estos gobiernos por los vínculos que tenían en la imaginación de las masas con los procesos revolucionarios que, de manera distorsionada, les habían llevado al poder, decidió que era el momento de pasar a la ofensiva. Querían tomar control directo del poder político de nuevo, a través de sus representantes directos, para llevar a cabo una política de contra-reformas y ataques más abierta. 

Sin embargo es totalmente erróneo hablar de una “ola conservadora”. Los nuevos gobiernos reaccionarios electos no cuentan con una base de apoyo sólida entre las masas. Fueron aupados al poder con mayorías muy estrechas o mediante subterfugios (como en el caso de Lenín Moreno). Y en cuanto empezaron a aplicar su programa de ataques, el programa que la burguesía necesita para hacer pagar la crisis a los trabajadores, se enfrentaron a movilizaciones masivas en contra. Lejos de ser gobiernos estables, asentados sobre un supuesto giro a la derecha de las masas, son gobiernos extremadamente inestables y que amenazan con abrir de nuevo crisis revolucionarias como las que vimos a principios de siglo. 

Quizás el caso más emblemático es el del gobierno de Macri en Argentina. Cuando trató de aplicar el ataque a las pensiones en diciembre de 2017 se enfrentó a una enorme ola de protestas y enfrentamientos que le hizo abandonar la idea de aplicar la contra-reforma laboral. El gobierno de Macri se ha enfrentó a cinco huelgas generales, y de no haber sido por las elecciones en octubre de 2019, es posible que hubiera terminado derrocado por un levantamiento revolucionario. Los dirigentes sindicales y kirchneristas se emplearon a fondo para impedirlo y desviar todo el descontento hacia la vía electoral. Esto no es exactamente lo que se podría entender por una “ola conservadora”. 

Incluso en Brasil, donde la clase dominante perdió el control directo de los acontecimientos después del impeachment de Dilma con la elección de un demagogo reaccionario como Bolsonaro con una amplia mayoría en las urnas, eso no significó una base sólida para una política de ataques abiertos. La llegada al poder de Bolsonaro, no representa la “victoria del fascismo” como muchos en la izquierda pensaron. Es obviamente un gobierno reaccionario y profundamente anti-obrero y anti-democrático. Pero no es un gobierno fuerte que se asiente sobre una masa enloquecida de la pequeña burguesía y la supresión física de las organizaciones obreras. Al contrario, a los pocos meses de su elección, el aspirante a bonaparte se enfrentaba a una enorme movilización espontánea de cientos de miles encabezada por la juventud estudiantil y a una huelga general de millones en defensa de las pensiones. Ese movimiento fue derrotado por el papel nefasto de la dirección sindical, pero reveló la auténtica correlación de fuerzas potencial que existe. Un gobierno dividido internamente, con una fuerte caída de su popularidad, enfrentado a un movimiento que a apenas pocos meses de su elección ya levantaba la consigna de “fuera Bolsonaro”. 

Esta es la auténtica situación en la que nos encontramos, con diferencias y particularidades nacionales, en América Latina. Sí, es el fin de una etapa. Pero no es el inicio de ninguna ola conservadora. La ilusión de que era posible gestionar el débil y dominado capitalismo latinoamericana concediendo al mismo tiempo reformas sociales se ha desvanecido. Entramos en una fase de agudización de la lucha de clases, de ataques brutales a las condiciones de vida de las masas y como consecuencia, de movilizaciones masivas e incluso estallidos revolucionarios como los que hemos presenciado en los últimos meses. 

Características revolucionarias

Es necesario analizar estos levantamientos, examinar sus rasgos más importantes y extraer conclusiones de los mismos. No hay duda que el tanto en Ecuador como en Chile, podemos observar importantes rasgos insurreccionales y revolucionarios. 

¿Qué es una revolución? En su prólogo a la Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky afirma que: 

“El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. (…) La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.”

Lenin, en 1915, trataba también de identificar los síntomas de una situación revolucionaria: 

“¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.”

Ecuador

En el caso del levantamiento de octubre en el Ecuador podemos ver claramente rasgos revolucionarios en la situación. Lo que provoca el estallido es el paquetazo de Lenín Moreno. Cuando las masas entran en escena, el gobierno trata de aplastar el movimiento con una combinación de represión brutal que incluye el estado de sitio el toque de queda, con concesiones (la retirada del decreto sobre el subsidio al combustible a los pocos días). Pero eso no funciona. Al contrario, en este caso, la represión espolea el movimiento de las masas. Toda la rabia contenida sale a la superfície. 

En ese momento y de manera muy significativa empiezan a surgir elementos de doble poder. Las masas movilizadas desafían el poder establecido de las instituciones burguesas y los cuerpos de hombres armados que las defienden. 

El gobierno decreta el estado de excepción a lo que la CONAIE, que jugó el papel principal en la dirección del movimiento, responde declarando su propio estado de excepción en el que se afirma que ni la policía ni el ejército son bienvenidos en sus comunidades. Y esto no es una simple declaración, sino que se pone en práctica. En varias comunidades efectivos de élite del ejército y la policía son secuestrados por la población y no pueden abandonar las comunidades más que sobre la base de negociaciones con sus dirigentes. 

En varias provincias se producen también tomas de gobernaciones. Es decir, el pueblo organizado desafía al gobierno y toma las instituciones. En el momento álgido de la insurrección el gobierno de Moreno es obligado, casi físicamente, a huir del palacio de gobierno y abandonar la capital Quito para refugiarse en Guayaquil. No solamente esto sino que las masas movilizadas tomaron, brevemente el edificio de la asamblea nacional, con la idea de instalar una Asamblea del Pueblo, es decir, su propio organismo de poder en oposición al poder de la burguesía. 

Claramente, los miles que marchan de las provincias a la capital no van solamente a dialogar con el gobierno, sino que van en un primer momento a imponer sus exigencias y después, cuando la represión brutal ha causado ya más de una docena de muertos, a tumbar el gobierno. La consigna central que gritaban decenas de miles en las calles era “Fuera Moreno, fuera”. 

No solamente las masas movilizadas establecían, de manera embrionaria, su propio poder, sino que en el transcurso de los enfrentamientos con las fuerzas de represión, llegan a levantar organismos de autodefensa, en forma de la guardia indígena o guardia popular. Armados de manera rudimentaria con escudos, tirachinas y morteros caseros, la guardia se encargaba de defender a los manifestantes de la represión, repelía los ataques de la policía y permitía a los manifestantes avanzar. La guardia estaba además, de una forma u otra, bajo el control de las organizaciones, particularmente de la CONAIE. 

También durante el levantamiento en Ecuador vimos síntomas de grietas en el propio aparato represivo del estado burgués, otro elemento que es un rasgo de una situación revolucionaria. Enfrentados al empuje irresistible del movimiento, algunos sectores de la policía y el ejército se negaban a intervenir contra los manifestantes. Así sucedió cuando el gobierno mandó al ejército a levantar los bloqueos de carreteras en los primeros días del levantamiento. En algunas provincias los soldados en lugar de reprimir se limitaron a escoltar a los manifestantes que se marchaban hacia la capital. Incluso en Guayaquil, en el punto álgido del movimiento, hubo un enfrentamiento a golpes entre soldados y policías, cuando los primeros trataban de impedir que los segundos atacaran a un grupo de manifestantes violentos. 

Es importante destacar que los intentos del gobierno de movilizar a la reacción en las calles para hacer frente al movimiento, fracasaron totalmente. Ni siquiera en Guayaquil, feudo tradicional de la oligarquía, lograron movilizar a las capas medias reaccionarias de manera significativa. El intento de organizar una manifestación armada de los pequeños comerciantes para enfrentar “a los indios revoltosos” fracasó estrepitosamente. 

Así pues, los campos estaban claramente delimitados. De un lado los trabajadores, el pueblo indígena pobre, los campesinos, la juventud estudiantil y obrera. Del otro lado el gobierno de Lenín Moreno, completamente alineado con el imperialismo de EEUU, el FMI, la oligarquía capitalista ecuatoriana y todos sus representantes políticos (Noboa, Nebot, Mahuad, etc). Y sin embargo, eran las masas las que estaban a la ofensiva, y el gobierno contra las cuerdas. 

El diez de octubre se produjo una extraordinaria Asamblea del Pueblo en el Ágora de la Casa de Cultura de Quito. Allí el movimiento, que había capturado y desarmado a un grupo de policías, obligó al estado a entregarle los cuerpos de varios de los muertos por la represión, a transmitir la asamblea en directo a todo el país por los medios de comunicación y se fijó como objetivo marchar a la Asamblea Nacional para instalar allí la Asamblea del Pueblo. En ese momento teníamos en potencia una situación de doble poder. La cuestión que estaba planteada era la de ¿quién gobierna en el país? ¿Lenín Moreno o la CONAIE?

Y sin embargo, dos días después la crisis revolucionaria se resolvía con una negociación con el gobierno, la retirada de las masas de las calles y la restauración del orden burgués. ¿Qué falló? ¿Qué faltó?

Lo que faltó fue justamente una dirección revolucionaria que estuviera a la altura de las tareas que estaban planteadas. A pesar de haber planteado la cuestión del poder, lanzando la idea de una Asamblea del Pueblo, la dirección de la CONAIE nunca levantó la consigna de “fuera Moreno”, y se concentró específicamente en exigir solamente la retirada del paquetazo del FMI. En la asamblea del Ágora de la Casa de Cultura se había planteado como condiciones previas a cualquier negociación la dimisión de los ministros responsables de la represión y la retirada del decreto que ponía fin a los subsidios al combustible. Al final, negociaron sin condiciones, los ministros siguen en sus puestos y no se han depurado responsabilidades por los muertos de la represión. Lo único que se consiguió fue la retirada del decreto sobre combustible. Y sobre esa base se desmovilizó a las masas. 

Ante la acusación lanzada por el gobierno y los medios de comunicación de que la CONAIE quería tumbar al gobierno y que por lo tanto “estaba haciendo el juego al correísmo”, la dirección de la CONAIE respondió que no era cierto y procedió a tomar medidas que garantizaran justamente que el gobierno no caía. 

En esto jugó un papel importante el sectarismo de la dirección de la CONAIE hacia el correísmo. Durante el gobierno de Correa hubo desencuentros y enfrentamientos entre la dirección campesino-indígena y el gobierno, y también del gobierno con diferentes organizaciones de trabajadores. En algunos casos, sin duda, la política del gobierno era incorrecta e iba contra los intereses de la clase trabajadora.

Sin embargo, en varias ocasiones, eso empujó a la dirección de la CONAIE (y también la de algunas organizaciones de trabajadores y de la izquierda) a apoyar a Moreno y a fuerzas reaccionarias contra el gobierno de Correa, algo totalmente impermisible. 

A la acusación de que querían tumbar el gobierno y que eran correistas, la dirección de la CONAIE debía haber respondido: “no somos correístas, pero cualquiera que esté en contra de este gobierno y de su paquetazo es bienvenido a la lucha. Y sí, si el gobierno no retira el paquetazo anti-obrero, el pueblo va a imponer la voluntad de la mayoría, tumbar a Moreno y establecer un gobierno de los trabajadores”.

Pero la dirección de la CONAIE no tenía una perspectiva revolucionaria y al final, para defenderse de la acusación de querer tumbar el gobierno, terminó apoyándolo para que no cayera, justo cuando ya estaba pendiente solo de un hilo. En otras palabras, lo que faltó fue el factor subjetivo.

Por supuesto, el gobierno en la mesa de negociación prometió mucho, no le quedaba más remedio sino quería ser derrocado, aunque concedió bien poco, apenas la retirada del decreto. Lo que más le interesaba era que las masas dejaran las calles, dónde eran fuertes y amenazaban a su poder, y regresaran a sus casas, dónde son débiles. 

Una vez que se desconvocó la movilización, el gobierno, poco a poco, empezó a recuperar terreno y atacar a los propios dirigentes que le habían salvado. Se han lanzado acusaciones por rebelión contra dirigentes de la CONAIE en varias provincias. Se han encarcelado a políticos opositores. Era de esperar.

Sin embargo, esto no es el final de la historia. El gobierno de Moreno, más pronto o más tarde, va a pasar de nuevo a la ofensiva. La crisis del capitalismo, y el papel que un país como Ecuador juega en la misma, no le deja ninguna alternativa. La carta de intenciones que firmó con el FMI permanece y si no se producen recortes en los subsidios al combustible, los rectores serán en otra parte. En un momento u otro esto provocará un nuevo movimiento y una nueva insurrección. La tarea urgente es aprender las lecciones y preparar una dirección a la altura de las circunstancias. 

Chile

El estallido chileno que empezó en octubre es extremadamente significativo. Este es un país que era considerado como un “modelo del éxito del neoliberalismo”, y un “oasis de paz social” en un continente sacudido por la revolución. Y ese país justamente ha producido el mayor estallido revolucionario del período reciente. Detrás de ese escaparate de paz y estabilidad social lo que había era una sociedad extremadamente desigual, con una concentración enorme de la riqueza por arriba a costa de la explotación de la mayoría. El “éxito” chileno se construyó sobre la base de una política de privatización, destrucción de derechos y protecciones que empezó bajo la bota de la dictadura pero que se ha prolongado en los años de la llamada transición. 

Esta situación provocó una acumulación de descontento a lo largo de años que se empezó a expresar en toda una serie de movimientos de masas, empezando por la juventud secundaria. Esto está explicado en detalle en el artículo de Carlos Cerpa en esta misma revista. Lo más destacable es que esta situación provocó una profunda crisis de legitimidad de todo el régimen, incluyendo a los partidos de “centro-izquierda” de la Concertación, que gestionaron el mismo durante veinte años. 

Esta crisis de legitimidad del régimen, que se ha agravado con la respuesta del mismo al estallido revolucionario, es la que alimenta y sostiene el movimiento de protesta en el tiempo. Su profundidad es lo que ha impedido al régimen restablecer el equilibrio, ni con la represión más brutal (miles de detenidos y heridos, cientos de ellos con pérdida de visión, abusos sistemáticos de los derechos humanos), ni con las aparentes concesiones (incluso el engaño de una convención constituyente). 

Uno de los eslóganes del estallido fue “no son 30 pesos, son 30 años”. Reflejaba de manera precisa el orígen del movimiento y anunciaba su carácter de impugnación de todo el sistema. 

La más reciente encuesta de opinión, publicada por el CEP en enero es un fiel reflejo de esta afirmación. Según esta encuesta, un 47% de los chilenos piensa que la democracia en Chile funciona mal o muy mal, contra apenas un 6% que piensa que funciona bien o muy bien. Cuando se pregunta por diferentes instituciones, el porcentaje que dice tener mucha o bastante confianza es muy pequeño, y ha colapsado como resultado del movimiento en todos los casos. Las instituciones que sufren una mayor caída en su confianza, en comparación a 2015, son justamente Carabineros (del 57% al 17%) y las fuerzas armadas (del 50 al 24%), la televisión (del 24% al 8%) y los diarios (del 25% al 11%), y también la Iglesia Católica (del 31 al 14%). Es decir el aparato represivo y el aparato ideológico del estado burgués están totalmente desprestigiados. 

Por su parte, las instituciones de representación política de la democracia burguesa, que ya estaban muy desacreditadas, caen a mínimos históricos. El gobierno del 15 al 5%, el congreso del 6 al 3% y los partidos políticos del 6% hace dos años al 3% ahora. Hace 10 años el 42% de la población se identificaba o simpatizaba con algún partido político. Ahora apenas el 14%. 

El estallido, que empezó como sabemos, por una chispa casi accidental, el aumento del pasaje en Santiago, se convirtió en un levantamiento espontáneo contra todo el régimen, una enorme rabia desde abajo que arrasó con todo a su paso. 

También en Chile la consigna central es “fuera Piñera asesino”. En este caso el movimiento de masas, aunque tienen una serie de demandas concretas (salario, pensiones, salud, educación) se dirige contra el gobierno en su conjunto, y más allá, contra todo el sistema. 

Desde el primer momento vimos el surgimiento de organismos a través de los cuales las masas trataban de organizarse y que tenían el potencial de convertirse en organismo de poder dual. Las asambleas territoriales y los cabildos autoconvocados que surgieron en los barrios de las grandes ciudades en los primeros días del estallido incluso tomaron medidas para proteger los pequeños comercios contra los saqueos, organizar el abastecimiento, recuperando tradiciones revolucionarias de los años 70. 

En el transcurso de la lucha también surgieron organismos de autodefensa del movimiento. De manera espontánea, por necesidad y con un aprendizaje sobre la marcha, con la juventud al frente, surgió la Primera Línea. Al igual que la Guardia Indígena en Ecuador, la Primera Línea (con este u otro nombre) defendió al movimiento contra la represión, con medios rudimentarios pero cada vez más sofisticados enfrentó la brutalidad de Carabineros, garantizó la posibilidad de manifestarse en Plaza Italia, ahora rebautizada como Plaza Dignidad. El gobierno se enfrascó en una batalla de semanas para recuperar el control de las calles y nunca lo logró del todo. La Primera Línea estaba asistida por una segunda, tercera y cuarta líneas, que se encargaban de la atención médica, el suministro de proyectiles, etc. 

En Antofagasta, a iniciativa del Colegio de Profesores y otras organizaciones que se coordinaron en la lucha, se creó un Comité de Emergencia y Resguardo, que se encargaba de tareas de autodefensa y de atención médica a los heridos de la represión. 

También en Chile hemos podido observar, aunque de manera muy embrionaria, elementos de quiebre dentro de los cuerpos de hombres armados. El caso de un soldado que se negó a ser movilizado a Santiago para la represión es el más conocido, pero que duda cabe que hubo más y que este caso reflejaba un ambiente más extendido entre los soldados rasos. Sin duda ese fue un factor que obligó a Piñera a retirar el ejército de las calles y dejar el trabajo a Carabineros, un cuerpo heredado directamente de la dictadura sin purga alguna y entrenado para realizar el trabajo de represión más brutal. 

El gobierno estaba realmente contra las cuerdas. Ni sacar el ejército a la calle, ni la represión brutal detenían el movimiento. Ni el anuncio de concesiones y medidas sociales lograban aplacar las protestas. La popularidad del gobierno estaba en noviembre en mínimos históricos y en caída libre. La inmensa mayoría de la población apoyaba las protestas y un porcentaje muy grande había participado o en marchas o en cacerolazos. La huelga general convocada por la Unidad Social podía haber sido el punto de inflexión. 

Es más, todos los intentos del régimen por tratar de movilizar a su base social y recuperar la iniciativa, utilizando por ejemplo la excusa de “los saqueos” y la “la violencia”, fracasaron estrepitosamente. De hecho, una mayoría de los votantes de los partidos de la derecha se declaran a favor de las marchas. 

Sin embargo el gobierno sigue en el poder. ¿Quien lo salvó? En primer lugar lo salvó la oposición firmando el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. Y en segundo lugar lo salvaron las propias limitaciones de los dirigentes sindicales que nunca se plantearon la tarea de tumbar al gobierno.

En esto el papel del Frente Amplio fue muy importante. El FA representaba justamente, aunque de manera distorsionada, la expresión política de las grandes oleadas del movimiento estudiantil de 2011 y 2013. Se había convertido en un factor en la política nacional que representaba de una manera u otra, la oposición al sistema fuertemente bipartidista de la transición. En el momento decisivo, sus dirigentes principales salvaron al gobierno de Piñera. Particularmente Boric jugó un papel crucial, negociando con los partidos de la derecha y asegurándose que la inmensa mayoría de las fuerzas parlamentarias estaban en la foto del Acuerdo Nacional. 

El Acuerdo, por supuesto, era una trampa. Apoyándose en una reivindicación sentida del movimiento, una nueva constitución, lo que en realidad hacía era tratar de desviar el movimiento insurreccional contra el régimen hacia los cauces seguros del constitucionalismo burgués, y aún, de carácter muy limitado y controlado. En un momento en que el gobierno estaba acorralado y todas las instituciones de la democracia burguesa enormemente desprestigiadas, ofrecía un camino para su relegitimación. 

La cuestión de la Asamblea Constituyente

El hecho de que en Chile esté vigente la constitución de 1980, hecha en dictadura, es un ejemplo gráfico y sangrante de la farsa que fue la transición a la democracia, un pacto por arriba para evitar un derrocamiento por abajo, que dejaba todas las estructuras del capitalismo intactas y a la dictadura impune. 

Sin embargo, lo que impulsaba el estallido no era la necesidad o no de cambiar un trozo de papel, sino la lucha por salarios que permitan vivir, por pensiones dignas, por la educación gratuita, por la salud. Todas las encuestas de opinión realizadas en los últimos meses así lo demuestran. Por ejemplo la encuesta del CEP, cuando se pregunta “¿cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el gobierno?”, la respuesta es la siguiente: Pensiones 64%, salud 46%, educación 38%, sueldos 27%. La reforma constitucional aparece solamente en onceava posición con un 11% de menciones. 

Debemos tener claridad sobre esta cuestión que se ha convertido en central en Chile. Para las masas movilizadas la asamblea constituyente se entiende como el mecanismo para cambiar todo. Se ha convertido en una expresión del rechazo a todo el régimen.

Pero es el deber de los revolucionarios decir las cosas como son. Un cambio en la constitución no resolvería los problemas de pensiones, salud, salarios … La Constitución burguesa más democrática del mundo sigue siendo el marco legal de la defensa de la propiedad privada de los medios de producción. En Chile el problema no es que no exista la democracia. Ya hay elecciones en las que se eligen diputados y senadores. Cierto, el sistema electoral chileno no es el más democrático, incluso desde el punto de vista de la democracia burguesa formal. Pero el problema central, lo que ha provocado un levantamiento insurreccional que cuestiona todo, no es la falta de democracia formal, sino los problemas materiales que afectan a la mayoría, a la clase trabajadora. Y esos no se resuelven con unos constituyentes reunidos en una sala elaborando una nueva constitución, sino expropiando a la clase dominante y poniendo sus recursos en manos de la clase trabajadora para planificar la economía democráticamente en beneficio de la mayoría. 

El peligro de la consigna de la Asamblea Constituyente, como advertimos desde el principio, es que podía ser utilizado por el régimen para desviar el movimiento, como trataron de hacer con el Acuerdo de Paz. 

¿Quiere eso decir que los marxistas rechazamos las reivindicaciones democráticas? No, de ninguna manera. Nosotros estamos a favor de los derechos democráticos más amplios, contra las leyes represivas y ciertamente contra la farsa de la constitución de 1980, para que la clase obrera pueda usar esos derechos democráticos para organizarse y luchar contra el sistema capitalista. Sin embargo, debemos advertir contra cualquier ilusión de que una nueva constitución vaya a resolver ninguno de los problemas fundamentales que el estallido ha levantado. 

La “transición” española produjo una Constitución que, aunque restrictiva en muchos aspectos (Monarquía, negación del derecho de autodeterminación, etc), contiene palabras muy bonitas acerca del derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, al trabajo … Sin embargo, en el marco de un sistema capitalista en crisis todas estas promesas se quedan en papel mojado. Cientos de miles son desahuciados de sus viviendas, se producen recortes brutales en la salud y la educación, y más del 90% de los nuevos empleos son en condiciones de precariedad. 

Es más, la consigna de la Asamblea Constituyente, en un momento en que lo que estaba planteado era tumbar el gobierno y asestar un duro golpe a todo el régimen, era en realidad una distracción del objetivo central. En la práctica se estaba exigiendo a las mismas instituciones democrático-burguesas totalmente desprestigiadas y sin legitimidad ninguna, la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Lo único que podía resultar de eso era justamente lo que resultó con el Acuerdo de Paz: una farsa constituyente totalmente controlada.

La Convención Constituyente acordada, como ya sabemos, está totalmente encorsetada, con unas reglas de funcionamiento diseñadas para que nada fundamental cambie: el método de elección que favorece a los partidos existentes (¡en los que confía apenas el 2% de la población!), una mayoría necesaria de 2/3 (que en realidad significa el derecho de veto de una minoría de un tercio), y un plazo de funcionamiento prolongado (calculando la desmovilización de las masas). 

Incluso de esa cocina constituyente se alejan ahora los partidos de la derecha ahora que el movimiento en las calles retrocede parcialmente. 

La consigna que había que haber levantado en ese momento era en realidad una que ayudara el movimiento a entender la cuestión central que se planteaba: la del poder. Es decir: “abajo Piñera”, la consigna que ya estaba en las bocas de millones en las calles; “por una Convención Nacional de Asambleas y Cabildos”, es decir, que el movimiento sea el que decida y tome control de la situación en sus propias manos; y “por un gobierno de los trabajadores”, es decir la alternativa a Piñera y sus amigos capitalistas es que sea la clase obrera la que gobierne. 

Respecto a la cuestión de la Constitución, una demanda justa y sentida, era necesario explicar que una vez que saquemos de enmedio a Piñera y su gobierno, y que sea la clase trabajadora, el pueblo organizado el que gobierno, entonces podemos darnos la Constitución que queramos, y además tendremos los medios (mediante la expropiación de los capitalistas y las multinacionales) para ponerla en práctica. 

El principal problema fue que en el momento clave nadie planteó de manera clara la cuestión del poder, ni tampoco un plan de lucha adecuado para realizarla. Incluso los dirigentes del Partido Comunista y de la Unidad Social, que correctamente rechazaron el Acuerdo Nacional, no plantearon en realidad ninguna alternativa. En ningún momento levantaron ni siquiera la consigna de “Abajo Piñera”. 

Los dirigentes del PC por ejemplo, en las primeras semanas del movimiento, insistieron en la idea del juicio político a Piñera. Es decir, en lugar de plantear que sean las masas las que le derroquen en las calles, poner el foco en un mecanismo parlamentario (del mismo parlamento totalmente desprestigiado) que permita sacarlo por una vía legal e institucional. En realidad, independientemente de sus intenciones objetivas, estaban haciendo propuestas que ayudaban a esas instituciones burguesas desprestigiadas a volver a adquirir legitimidad, en lugar de avanzar consignas que ayudaran a tumbarlas de una vez por todas. Para llamar a las cosas por su nombre, los dirigentes del PC no tenían una perspectiva revolucionaria.

En realidad, la Unidad Social, en lugar de dirigir el movimiento, iba a remolque del mismo. La primera convocatoria de huelga general, el 21 de octubre, partió de abajo. Después, para no quedar atrás, los dirigentes de la US hizo una serie de convocatorias, pero solamente por arriba, sin poner los medios, ni organizar las asambleas en los puestos de trabajo necesarias para que la huelga fuera un éxito. Las convocatorias en cualquier caso no eran parte de un plan de lucha claro que tuviera como objetivo derrocar el gobierno, y se convertían por lo tanto en un ritual regular que no ayudaba a fortalecer el movimiento y hacerlo avanzar. 

También en Chile, como en Ecuador, lo que faltó fue una dirección revolucionaria que hubiera podido canalizar la energía insurreccional de las masas hacia la victoria. En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky explica la importancia de la dirección en una situación revolucionaria con la siguiente analogía: 

“Sólo estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los caudillos que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, si no independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor.” 

En Chile no se llegó a cerrar la crisis revolucionaria de la misma manera que en Ecuador (donde los dirigentes de la CONAIE llamaron a desmovilizar), lo cierto es que, inevitablemente, el estallido ha retrocedido desde su punto más álgido, alrededor de la huelga general del 12 de noviembre. Las masas no pueden mantenerse en las calles de manera indefinida, particularmente ante la ausencia de una perspectiva clara de hacia dónde ir y cómo. 

Pero eso no quiere decir que las aguas hayan vuelto a su cauce. Ni el gobierno ni las instituciones burguesas han restablecido su legitimidad, al contrario, su desprestigio se ha profundizado.

Inevitablemente, uno u otro factor accidental que no podemos predecir con precisión, volverá a provocar un nuevo estallido del movimiento. El estallido ha dejado un profundo poso en la conciencia de millones, cuya comprensión política ha avanzado a pasos de gigante. Esto ha tenido un impacto, aunque no de manera directa, sobre las organizaciones existentes, cuyo programa ha sido puesto a prueba. Hemos visto divisiones y desgajamientos en el Frente Amplio, que quizás es la organización que más golpeada ha salido, pero incluso también en el PS. Habrá más en el próximo período. 

Es importante que los sectores más avanzados se agrupen sobre la base de una discusión a fondo de las principales lecciones del estallido, para construir una corriente marxista revolucionaria que se prepare para la siguiente oleada de lucha. 

Perspectivas y tareas para los revolucionarios

Para los revolucionarios es importante estudiar en detalle las lecciones de Ecuador y Chile (y también las de los acontecimientos contra-revolucionarios en Bolivia) para prepararse para las próximas batallas. Ecuador y Chile, como hemos señalado, no son dos ejemplos aislados, sino que son la avanzadilla que anuncia el nuevo período de agudización de la lucha de clases en que hemos entrado, en América Latina y en todo el mundo. 

América Latina, que se recuperó relativamente rápidamente de la recesión mundial de 2008 (gracias al tirón de China), sufrió de manera muy aguda la desaceleración de la economía china a partir de 2014. En realidad, los últimos seis años han sido de estancamiento económico. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el período 2014-20 será el de menor crecimiento económico en siete décadas, es decir, peor incluso que la década perdida de 1980. El año 2019 terminó con una crecimiento económico de apenas el 0.1% en América Latina y el Caribe, que en América del Sur fue una contracción del 0,1%, lastrado por una fuerte recesión en Argentina (-3%). 

Este período de estancamiento lo han pagado, como siempre, las familias obreras y pobres. El PIB per cápita en la región se ha contraído un 4% entre 2014 y 2019 según las cifras oficiales. Esta es la base económica de fondo de los procesos que estamos analizando. Y después de este período de 7 años de estancamiento, el continente se prepara para afrontar la próxima recesión capitalista internacional en condiciones de extrema debilidad. 

Esta situación de estancamiento económico y de aumento de la desigualdad después de un período de crecimiento ha provocado una erosión muy fuerte del prestigio de las instituciones de la democracia burguesa en todo el continente. Según el Latinbarómetro, la confianza en los gobiernos, que entre 2006 y 2010 superaba el 40% en todo el continente, había caído ya en 2018 a poco más del 20%. El Economist Intelligence Unit, comentando las perspectivas para América Latina señala: 

“Esto, a su vez, ha creado la impresión entre vastas franjas de la población que la élite política tradicional de América Latina puede eludir las reglas del juego con impunidad.

Los ciudadanos de la región ahora consideran que el sistema político es parte del problema, no parte de la solución, y ven las protestas públicas como una necesidad para lograr cualquier tipo de responsabilidad de aquellos en poder” (énfasis mío) (Where next and what next for Latin America?, EIU)

En este período veremos más levantamientos insurreccionales y estallidos revolucionarios. Los países no son compartimentos estancos. Las masas en un país observan lo que sucede en otros y sacan lecciones. Qué duda cabe que el levantamiento en Ecuador tuvo un impacto en el estallido chileno. Y está claro que el movimiento de paro nacional que inició el 21 de noviembre en Colombia estaba fuertemente influenciado por el estallido chileno. La idea de que solo la lucha masiva, en la calle, contra todo el régimen, sirve, cae en un terreno fértil. Vimos en Bogotá como se creaba también una Primera Línea de autodefensa para las marchas, directamente copiada de la experiencia chilena. 

Argentina es otro candidato para una explosión social, que se hubiera producido ya de hecho, de no ser por el cauce electoral hacia el que los dirigentes sindicales y kirchneristas desviaron toda la rabia acumulada. Pero también Brasil está en la parrilla de salida de los movimientos revolucionarios que vamos a presenciar en América Latina en el próximo período. Colombia, donde el gobierno de Duque acumula niveles sin precedentes de rechazo, tampoco se queda atrás.

El mismo informe del Economist Intelligence Unit señala: “existe una gran posibilidad de que 2020 sea otro año volátil para América Latina” y desarrolla un “mapa de riesgo de inestabilidad política” en el que la mayoría de países están clasificados como de riesgo “moderado o alto de renovada volatilidad en 2020”. La conclusión general del informe, es una que compartimos con estos analistas de la clase dominante: “América Latina enfrenta importantes desafíos económicos y políticos, y las semillas están ahí para renovados disturbios en 2020.”

La cuestión por lo tanto no es si va a haber estallidos sociales en el próximo período en América Latina, sino más bien cómo los revolucionarios nos preparamos para ellos. Las principales lecciones del octubre revolucionario de 2019 son tres. Una, el carácter tan profundo de la crisis de régimen y el desprestigio de las instituciones de la democracia burguesa. Dos, la enorme capacidad y voluntad de lucha de las masas que no retroceden ni con la represión ni con los amagos de concesiones. Tres, a pesar de la correlación de fuerzas tan favorable, existe una clamorosa ausencia del factor subjetivo, de una dirección revolucionaria que pueda hacer avanzar a la clase trabajadora hacia la toma del poder. 

Nuestra tarea es la de tratar de resolver justamente esta última cuestión, mediante la construcción de una poderosa corriente marxista, insertada en el movimiento de la clase trabajadora, con una perspectiva internacionalista, que pueda intervenir en los estallidos que inevitablemente se van a producir, para cambiar el curso de los acontecimientos y conseguir, en un país u otro, una victoria que transformaría todo el continente y el mundo entero. 

17 de enero, 2020
Publicado en América Socialista 21

¿Qué hace falta para tumbar a Piñera y su régimen?

Chile vive una nueva jornada de huelga general, como parte del levantamiento contra el régimen que ya cumple casi 40 días de lucha. El gobierno sigue intensificando la represión (denunciada por organismos internacionales) e incluso modifica la legislación otorgándose más poderes para usar al ejército “en el resguardo de edificios públicos” sin necesidad de decretar el estado de emergencia, al tiempo que trata de desmovilizar mediante “acuerdos” y promesas de negociación. Las condiciones están dadas para tumbar a Piñera, pero ¿qué es lo que falta?

[FUENTE ORIGINAL]

El intento del gobierno de Piñera de desactivar el levantamiento con el “Acuerdo de Paz y Nueva Constitución”, en el que participaron todos los partidos del arco parlamentario (con la excepción del PCCh), además de ser una trampa en los términos en que se planteó, fue rechazado por el movimiento de manera frontal. La Unión Portuaria y el Colegio de Profesores fueron los primeros en oponerse, y les siguió, el 16 de Noviembre, una declaración conjunta de la Mesa de Unidad Social. La firma del acuerdo por parte del dirigente del Frente Amplio Boric ha generado también un amplio rechazo, con cientos de militantes firmando declaraciones críticas, exigiendo su renuncia como diputado y abandonando la militancia en CS, incluyendo entre ellos el alcalde de Valparaíso y dirigente nacional del FA Jorge Sharp.

La idea del débil gobierno de Piñera era fortalecer su base de apoyo implicando a la oposición, pero en realidad lo que logró fue aumentar el rechazo general a todo el régimen, incluyendo a los partidos de la antigua Concertación.

Plaza de la Dignidad Image B1mbo

La reciente encuesta del Barómetro del Trabajo (https://fielchile.cl/v2/barometro-del-trabajo/) demuestra la amplitud y profundidad de la falta de legitimidad de las instituciones del parlamentarismo burgués. Un 90% de los encuestados dicen no estar satisfechos con la democracia (un 47% no está nada satisfecho) y un 89% de los encuestados “señaló que se gobierna en beneficio de los grupos poderosos”. Un 83% desaprueba la gestión del gobierno, pero todos los partidos sufren niveles de desaprobación generalizados, desde el 77% del gobernante UDI, hasta el 70% del propio Frente Amplio. En una escala del 1 al 100, solamente aprueban los movimientos sociales (58), mientras que los partidos políticos y el parlamento obtienen apenas un 4 cada uno. Un 85% se muestra de acuerdo con las movilizaciones, a pesar de la campaña constante de criminalización y manipulación de la información por parte de los grandes medios y del propio gobierno. De lo que estamos hablando en realidad, si cabía alguna duda, es de una profunda crisis de régimen.

Un aspecto muy interesante de esta encuesta es el hecho de que aunque cuando se pregunta directamente, un 82% afirma que Chile necesita una nueva constitución (y un 58% cree que debe ser elaborada por una Asamblea Constituyente, no por un grupo de expertos), en realidad cuando se hace una pregunta abierta sobre cuáles son las demandas de la protesta, un 51% menciona mejoras salariales, un 44% la cuantía de las pensiones, un 38% la abrogación de las AFP, 37% más presupuesto para salud, un 27% la gratuidad de la educación, y sólo un 10% una nueva constitución.

Esto ratifica lo que ya explicamos, para las masas implicadas en el levantamiento la cuestión de la Constitución es vista como un medio para llevar adelante un cambio radical de todo el sistema, lo que las empuja es la acumulación de agravios salariales, de pensiones, salud, educación, etc. Sin embargo, esas reivindicaciones, no se consiguen simplemente escribiendo una nueva Constitución. El obstáculo es el sistema capitalista en crisis, y solo mediante la expropiación de los grandes medios de producción, las minas, los bancos, la gran patronal y las multinacionales, se puede garantizar un salario digno, una pensión digna, salud y educación gratuitas.

Protestas en Chile Image Carlos Figueroa

De ahí que la clase dominante, aunque teme las implicaciones de una Asamblea Constituyente en un contexto de un cuestionamiento del régimen tan fuerte, podría en un momento dado, ante el temor de enfrentarse a un derrocamiento revolucionario, llegar a convocar una Constituyente. Su preferencia, como se plantea en el “Acuerdo por la Paz”, una Convención Constituyente encorsetada y bajo control. Pero incluso no se puede descartar que para poner fin al levantamiento pueden llegar a hacer más concesiones democráticas en los términos de la misma.

El paro nacional progresivo que ha convocado la Unidad Social, aunque tiene un amplio apoyo, adolece de dos limitaciones. La primera el carácter un poco confuso de la convocatoria. En un primer momento se anunció paro de algunos sectores para el 25 de noviembre (portuarios y otros) y huelga general para el 26 y 27 de noviembre. Pero en las comunicaciones más recientes de la MUS se insiste en la huelga general del 26, sin mención alguna del 27. Para avanzar, el movimiento necesita una dirección clara y con una actitud decidida.

Pero la debilidad principal es justamente la que ya señalamos anteriormente. Se convoca a una huelga general por un pliego petitorio y por una Asamblea Constituyente, pero las organizaciones convocantes rehúyen deliberadamente la palabra de orden que domina la calle: “Fuera Piñera”. Es más, la Mesa de Unidad ha aceptado reunirse con Piñera a partir del 27 de noviembre para discutir el pliego petitorio. El gobierno, contra las cuerdas y sin poder controlar la situación a más de un mes del inicio del levantamiento, no solo utiliza la represión, sino que también trata de enredar al movimiento en todo tipo de trampas de negociaciones y acuerdos.

El gobierno está a la defensiva. Varios organismos internacionales de derechos humanos (no conocidos por sus simpatías revolucionarias, sino al contrario) han denunciado públicamente los abusos de la represión. Son ya casi 2000 heridos y más de 7000 detenidos documentados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile desde que inició el levantamiento, de ellos 437 heridos por arma de fuego, y 1180 por disparos de perdigones, más de 200 personas con daños oculares, además de un sinfín de denuncias por torturas y vejaciones sexuales a detenidos. En realidad, sino fuera porque no tiene un recambio claro, la burguesía ya hubiera reemplazado a Piñera por otro gobierno más “a la izquierda”, con un contenido “más social”. En lugar de eso ha tratado de jugar la carta de la “unidad nacional” a la que se han prestado todos los partidos parlamentarios (menos el PCCh).

El levantamiento popular ha dado muestras de una enorme vitalidad, resiliencia y valentía. La juventud de la primera línea ha organizado la defensa de las marchas contra la brutalidad policial. Las movilizaciones siguen siendo masivas y hay reuniones amplias de asambleas y coordinadoras territoriales, cabildos autoconvocados, etc. En las últimas jornadas hemos visto un aumento de los ataques a cuarteles policiales (cinco el mismo lunes 25), la respuesta más organizada a la brutalidad policial, se nota que el pueblo en las calles no sólo está harto de la violencia de carabineros sino que empieza a perder el miedo.

Pero inevitablemente la pregunta surge ¿porque no ha caído todavía Piñera? ¿Qué falta? En primer lugar se requiere una estrategia ofensiva. La continuación de manifestaciones diarias y barricadas y enfrentamientos con la policía, de huelgas generales parciales y limitadas en el tiempo, corre el riesgo de producir desgaste y cansancio ante la ausencia de una perspectiva clara de cómo avanzar. Lo que puede dar al levantamiento un nuevo aire es la incorporación de los sectores decisivos de la clase obrera. Solamente de esa manera se puede paralizar el país y poner en jaque al gobierno patronal. Se requiere un plan de lucha que culmine en una huelga general indefinida con el objetivo claro de tumbar al gobierno y todo el régimen.

Piñera asume como Presidente de Chile Image Government of Chile

Para eso es necesario que el movimiento se dote de una estructura democrática. La Mesa de Unidad Social se ha puesto a la cabeza del movimiento, pero hasta el momento se compone solamente de representantes de las diferentes organizaciones y no hay ningún mecanismo que la haga responsable ante el propio movimiento. Hay que avanzar en la coordinación de los cabildos y asambleas, en cabildos regionales mediante voceros electos y revocables en todo momento. Se debe convocar una gran asamblea nacional de cabildos y asambleas.

Al mismo tiempo es necesario organizar la autodefensa del movimiento. Se han dado ya varios casos de personas vinculadas al movimiento (la mimo Daniela Carrasco y una periodista comunitaria en Santiago y un activista social en Antofagasta) que han aparecido muertas en circunstancias sospechosas. El 25 de noviembre carabineros allanó el local del PC en el comunal de Calama, Antofagasta y se llevaron preso al secretario del partido. La juventud de la Primera Línea se ha dado a la tarea de defender las marchas contra la represión. Hay que ampliar esa organización, aunando la juventud al movimiento obrero organizado, los portuarios, mineros, etc, mediante comisiones de seguridad y resguardo como la que ya existe en Antofagasta.

Como muy bien lo ha planteado Gustavo Burgos en un artículo en El Porteño: “Si las asambleas y cabildos se unifican nacionalmente, estarán echadas las bases no sólo de una nueva forma de Gobierno y Constitución. Tal unificación dará en realidad cuerpo a un gobierno de los explotados, abriendo las puertas de la revolución que se ha iniciado en Chile desde el 18 de octubre . Con esta unificación del movimiento se crearán las herramientas para cambiar desde la base bases la totalidad de la estructura social. Tal cambio pondrá fin al orden capitalista, pondrá el poder en manos de los trabajadores y explotados y será el Chile nuevo, la República de los Cabildos y Asambleas, el rojo amanecer y la liberación popular cuyas banderas enarbolan millones hoy día en las calles. Tal es la tarea, tal es la revolución, en esta lucha desde las bases, habremos de vencer.” (LA SOLUCIÓN A LA CRISIS: QUE GOBIERNEN CABILDOS Y ASAMBLEAS http://elporteno.cl/2019/11/25/la-solucion-a-la-crisis-que-gobiernen-cabildos-y-asambleas/)

Una victoria revolucionaria, posible, en Chile, tendría un impacto en todo el continente, ya sacudido por levantamientos revolucionarios y movilizaciones de masas en Haití, Ecuador, Colombia, etc. Para eso es también urgente forjar una dirección revolucionaria que esté a la altura de las tareas a las que se enfrenta el levantamiento.

25 de noviembre 2019