El gobierno de los empresarios en Chile ha declarado la guerra a los pobres. Han decretado estado de emergencia y toque de queda en las principales ciudades. Una medida que no se veía desde 1987 en dictadura. Ya se confirman varios muertos. El inmenso levantamiento popular ha puesto gravemente en jaque al gobierno que actúa desesperado. Se vive una movilización histórica no vista desde las protestas que tumbaron al dictador Pinochet.
A principios de octubre el empresario-presidente Sebastián Piñera declaraba Chile un “verdadero oasis dentro de una América Latina convulsionada”, haciendo alusión a las crisis sociales, políticas y económicas que afectan a países de la región. El viernes por la noche su imagen idílica se desvaneció cuando se declaraba el estado de emergencia,-es decir que las Fuerzas Armadas asumen el mando de zonas determinadas- en el área metropolitana de la capital, y en horas siguientes en las principales regiones del país. Frente a la magnitud de las protestas el sábado en la noche se anunció la anulación del alza del pasaje, al mismo tiempo que se declaraba toque de queda y estado de emergencia en varias regiones. Estas medidas han sido rechazadas ampliamente por la población que se resiste a dejar las calles otra vez a los militares.
La última alza del transporte público llega a $830 por pasaje en hora punta (más de un dólar, el más caro de América Latina), aproximadamente $50,000 mensuales. Un gasto importante si consideramos que el 54% de los trabajadores gana menos de $350,000 pesos líquidos. No sorprende que sean los estudiantes secundarios quienes encendieron la chispa de las evasiones masivas desde el lunes pasado. Comenzando en estaciones de metro del centro de Santiago, que se han tornado en jornadas de furia que se expandieron hacia la periferia, y un movimiento de carácter insurreccional en desarrollo que incluye otras demandas históricas y de regiones. El gobierno empresarial de Piñera es incapaz de comprender las necesidades del pueblo. Desde un principio califica a los jóvenes de “terroristas” y a la respuesta solidaria espontánea de este enorme movimiento de masas, como una acción organizada por grupos extremistas. Las autoridades del gobierno no cesan de insultar la inteligencia de los trabajadores que han visto la impunidad con que los ricos evaden impuestos, y las fuerzas armadas y carabineros roban miles de millones de pesos.
“Evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Los secundarios encienden la chispa.
La realidad es que este segundo gobierno de Piñera que comenzara en marzo del 2018, ha estado marcado por movimientos de protesta de diversos sectores. Significativamente, por nombrar algunos, el movimiento No Más AFP contra el sistema privado de pensiones, en un país que otorga un 79% de pensiones por debajo del salario mínimo y 44% inferiores a la línea de la pobreza. El mayo feminista, que muestra la profunda desafección de la juventud hacia los valores tradicionales del machismo y el autoritarismo universitario. La rebelión portuaria, que desplegó métodos obreros de combate en un formidable paro nacional en solidaridad. El paro de los profesores, un hito de la movilización docente en Chile. La crisis social y ambiental de Quintero-Puchuncaví. Además de las protestas por la privatización de recursos naturales en medio de la crisis hídrica que afecta a comunidades y la continua represión y resistencia en el Wallmapu, territorio ancestral mapuche. Para nada el oasis con el que Piñera quiere hacernos soñar.
Los estudiantes secundarios han sido singularizados como sujetos terroristas y delictuales, por un discurso clásico de la derecha que no da ninguna solución para que la juventud del país desarrolle sus aptitudes e inquietudes. Han modificado los programas curriculares contra la opinión de los docentes y expertos de educación. En particular en la comuna de Santiago centro y liceos emblemáticos, bajo el alero de la política de “Aula Segura”, han violentado adolescentes, niños y niñas, dentro de sus propios establecimientos educacionales.
Pero esta generación no se deja pisotear fácilmente. No cesan de buscar los medios de sacudirse la herencia dictatorial que rige las leyes, la economía y la vida cotidiana del país. Desde hace un par de semanas, luego de los anuncios del alza del pasaje, estudiantes secundarios del centro santiaguino, en particular del Instituto Nacional, empezaron de forma incipiente a protagonizar “avalanchas” humanas que saltándose el torniquete invitaban además al conjunto del pueblo a evadir. Como es costumbre, personajes del gobierno calificaron estos hechos de terroristas y violentos. Lo cierto es que el no pago del pasaje, no constituye un delito, sino que es una falta administrativa que conlleva una multa. Una falta así no amerita el uso de Fuerzas Especiales de Carabineros ingresando a las estaciones de metro, y mucho menos golpear a jóvenes desarmados que defienden los intereses de las mayorías explotadas. Es una desinteligencia común de la derecha en esta época, responder con caricaturas mediáticas y represión. Esta actitud matona de políticos además famosamente corruptos, lejos de hostilizar a la gente contra los manifestantes, encendió más los ánimos e incitó la solidaridad hacia esta protesta.
La represión echa bencina al fuego. Levantamiento popular desata la furia del pueblo cansado de abusos.
Con la extensión de las evasiones masivas, en horas de la tarde del viernes, se comunicaba el cierre de las estaciones de metro del centro capitalino. Miles de personas caminaban por las calles. Siguiendo en su estilo autoritario, el ministro del Interior Andrés Chadwick, viejo cuadro de la derecha dictatorial, anunciaba la implementación de la Ley de Seguridad Interior del Estado contra los detenidos en la jornada, quienes arriesgarían hasta 10 años de cárcel . Los trabajadores que retornaban a sus casas, lejos de volverse contra los manifestantes, como esperaba el gobierno, se sumaron a las protestas a través de un cacerolazo convocado para las 20.30hrs del mismo día. Entonces ahora las protestas alcanzaban sectores periféricos, que usualmente no se ven afectadas por las manifestaciones políticas que periódicamente colman la Alameda. Ante este panorama de desorden y alteración del transporte público tan cuestionado, la actitud de la gente es más bien de simpatía y admiración hacia la generación joven que perdió el miedo y da cara frente a las injusticias y entusiasma a una generación que se había hundido en el conformismo. Los cacerolazos fueron acudidos masivamente, terminando de signar lo que ya se sabía. Se vivía una jornada de movilización histórica del pueblo, no vista desde las protestas contra la dictadura. Ha ocurrido un salto cualitativo desde los episodios de protestas y movimientos de masas que hace más de una década cambian el paisaje del chile postdictatorial.
El balance indica que durante la noche del viernes fueron destruidas al menos 41 de casi 140 estaciones de metro. A ello se sumaron saqueos e incendios a lugares simbólicos en tanto representan los abusos contra el pueblo: el edificio central de la compañía eléctrica privatizada, las autopistas privadas, cadenas farmacéuticas, supermercados y bancos, que por años se han coludido contra la clase trabajadora. En horas de la noche para seguir con su agenda represiva, el gobierna aplica el estado de emergencia. Desde la dictadura es la primera vez que este se decreta en situaciones que no son de catástrofe natural. Evidentemente el paisaje de las tanquetas y los soldados en las calles evocan en Chile una carga emotiva muy fuerte. La derecha tiene las manos manchadas con sangre y seguirá siendo recordada por su prontuario antidemocrático y criminal.
Santiago amaneció el sábado con la vergonzosa escena de milicos en las calles. Pero esto no ha amedrentado a un pueblo que despierta y busca proporcionarse los medios para vencer. Policías y soldados han sido objeto de los usuales insultos que merecen su historial de asesinos del pueblo. Pero también hay voces que pretenden hablar al ser humano que podría residir aún dentro del uniforme. El ejemplo de las jornadas insurreccionales en Ecuador que hace una semana comenzó a resquebrajar al ejército en líneas de clase está vivo en la mente de los manifestantes. Los pueblos latinoamericanos compartimos una herencia antigua de represión bajo el autoritarismo de las oligarquías locales y el imperialismo estadounidense. Se está viviendo un Octubre Rojo Latinoamericano. Se desvanece la idea de una ola conservadora tan comentada estos últimos años por algunos intelectuales y grupos de izquierda.
Hoy las calles están en disputa. La autoridad está descolocada y actúa “de memoria” reprimiendo, y con la cantinela del orden y la unidad nacional. Pero el movimiento sigue creciendo. Las protestas se han extendido a regiones y ahora el levantamiento adquiere carácter nacional. En horas de la noche del sábado el gobierno de Piñera ha resuelto dos importantes medidas. Por un lado se ha anunciado la suspensión del alza del pasaje. Por otra parte se ha decretado toque de queda en Santiago, Valparaíso y Concepción. La última vez que esto sucedió fue en 1987 durante la dictadura. Alrededor de 10,000 militares están desplegados sólo en la capital.
La suspensión del alza constituye una maniobra del gobierno para dividir al pueblo. Confundir a sectores que conformes con la concesión del gobierno, comienzan a entrar en pánico con la imagen de caos y destrucción promovido por los medios, para separarlos de quienes entienden el engaño detrás de esta medida. A la vez, el gobierno dispone de artefactos legales heredados de la dictadura para aniquilar este levantamiento. La ley de seguridad interior del estado, el estado de emergencia para restablecer el “orden público”, y por supuesto, el toque de queda que restringe las libertades personales de movilidad. Mientras es una clara medida de fuerza, esto expresa la debilidad de un gobierno acorralado, en una correlación de fuerzas en general más favorable a las mayorías trabajadoras contra la minoría de empresarios saqueadores.
En este momento en la voz del pueblo está claro que esta protesta no es sólo por el pasaje. Es contra un modelo hecho a base del robo, la usura y la injusticia. Afirmado con sangre y fuego durante la dictadura cívico-militar y continuado por los gobiernos durante la “transición democrática”. Los capitalistas han hecho un negocio de todo aquello que resulta preciado para el desarrollo de las sociedades humanas, el agua, la salud, la vivienda, las pensiones y la educación. Y a quienes protestan quieren callarlos con la más bruta represión policial y hoy además como en dictadura con los militares en las calles.
Organizar un Paro Nacional. ¡Fin al Estado de Emergencia y Fuera Piñera!
La Federación de Sindicatos de Metro han declarado su apoyo a las demandas legítimas contra el alza del pasaje, además de exigir que se retiren los Carabineros de las estaciones de metro. El dirigente Eric Campos señaló además que los trabajadores de Metro no son enemigos de los estudiantes y entienden que los estudiantes no son enemigos de los trabajadores. Muy interesante es el punto donde explican que “De los 810 pesos que los trabajadores pagan en el Metro, la empresa no recibe más de 490 pesos. La diferencia del alza va a financiar el fracasado plan de transporte Transantiago, ahora mal llamado Red Movilidad”. Estos comentarios son muy útiles pues dan una explicación clara y necesaria sobre la polémica alza, y la posición de los trabajadores de Metro.
Sin embargo, esto queda muy corto de los objetivos planteados por la situación actual, que se rebela contra un sistema basado en la desigualdad social y el poder de los ricos. Además que en estas pocas horas ya ha corrido mucha agua bajo el puente, y no se trata ya sólo del alza, sino también de la defensa de los derechos democráticos que están seriamente amenazados. Este gobierno al servicio de los capitalistas han abierto la puerta a abusos gravísimos por parte de las Fuerzas Armadas y policías, cada abuso y cada muerto no puede ser olvidado ni perdonado y no hay negociaciones con estos asesinos del pueblo en las calles.
La Union Portuaria de Chile ha llamado por su parte a una huelga general. “Hacemos el llamado a estar alerta y a preparar el camino para que Chile, de una vez por todas, todos los trabajadores chilenos nos levantemos y organicemos una gran HUELGA GENERAL que haga tambalear a los dueños de Chile”. Esto apunta en una dirección correcta. Los mineros del cobre también se han sumado. En este momento es clave que los grandes batallones de la clase obrera entren en escena con sus métodos históricos. En diciembre pasado los portuarios estibadores de Valparaíso daban lecciones sobre estos métodos: el paro nacional en solidaridad, la movilización desde las bases, la acción directa y la autodefensa. La hora es urgente y el pueblo necesita de toda la fuerza y toda la inteligencia de la clase trabajadora, para que la organización se extienda y se galvanice por todas partes.
Existe un llamado a un Paro Nacional para este Lunes 21 de Octubre. Es importantísimo que las organizaciones sociales y políticas más grandes, como la CUT, la ANEF, la FECH, etc. dispongan de todos sus recursos para que este paro tenga lugar de la manera más exitosa y acabada posible. Pero no podemos simplemente esperar a que reaccionen. Múltiples organizaciones y sindicatos ya han tomado la iniciativa de dar una dirección decidida y unificada a este movimiento. Deben realizarse asambleas en todos los barrios y lugares de trabajo, colegios y universidades, para discutir los pasos a seguir en una huelga general que exija el fin al estado de emergencia, la renuncia de Piñera y todo su gabinete criminal. Debe buscarse la manera de otorgar una coordinación nacional a todas estas asambleas o cabildos locales que surjan, junto con los sindicatos y lugares de trabajo movilizados. Al mismo tiempo deben organizarse la autodefensa y seguridad de las comunidades frente a la represión, la distribución de alimentos y medicamentos, especialmente de niños, adultos mayores y personas que necesiten asistencia. La clase trabajadora conoce los medios para dirigir la economía y la sociedad, mucho mejor que estos políticos y milicos corruptos.
Es necesario que el movimiento crezca en contenido y musculatura. Las manifestaciones de masas son imprescindibles para crear la confianza de éstas en sus propias fuerzas. Pero no son suficientes para vencer al aparato estatal, los medios de comunicación plagados de opinólogos vendidos, el cansancio propio de la lucha y el desgaste ocasionado por las organizaciones y dirigentes conciliadores. Pensamos que si este formidable levantamiento popular, que da pruebas de la disposición espontánea del pueblo para el combate, es además capaz de dotarse de la dirección decidida de los trabajadores en un gran movimiento huelguístico es perfectamente posible tumbar el gobierno del empresario Sebastián Piñera.
La magnitud de las protestas y los atropellos a la democracia que hemos visto plantea objetivos que superan cualquier nuevo decreto, reforma, o presidente. Se trata de cambiar nuestras vidas, regidas por una constitución antidemocrática forjada en dictadura, que defiende las ganancias de una minoría en un sistema capitalista que amenaza la existencia de la humanidad y el planeta. No podemos permitir dejar el poder y las riquezas del país en manos de una élite ignorante y corrupta. Los dueños de Chile no pueden hacer otra cosa que defender sus intereses capitalistas. Es hora de que los trabajadores defendamos también nuestros intereses recuperando lo mejor de la historia revolucionaria del pueblo chileno, que ahora está tomando su destino en sus propias manos. Para esto los resortes fundamentales de la economía deben estar bajo control de los trabajadores y el pueblo. Debe recuperarse el agua para las comunidades. Expulsar a las hidroeléctricas, forestales y mineras que aliados con latifundistas han aterrorizado a la nación mapuche. Recuperar y nacionalizar el cobre. Planificar un sistema de transporte bajo control de trabajadores y usuarios. Acabar con las AFP. Establecer un sistema de Educación y Salud gratuita y de calidad. Todas estas son demandas ampliamente apoyadas por la mayoría de chilenos y chilenas.
La magnitud del movimiento ha superado las expectativas de las organizaciones existentes. Este movimiento debe confiar sólo en sus propias fuerzas. Ahora se necesita una dirección clara y decidida, con una estructura democrática interna, que emanada desde las asambleas de base, otorgue una coordinación nacional. De esta manera se puede elaborar un petitorio que unifique todas las demandas sentidas por el pueblo chileno. Un programa que poniendo los medios del Paro Nacional y la clase obrera al frente, exija el fin del estado de emergencia y que se vaya Piñera. Que establezca las bases de un gobierno de trabajadores para poner fin al saqueo empresarial, y usar las riquezas de Chile para satisfacer las necesidades del pueblo y no de una minoría.
¡Fuera milicos de las calles!
¡Abajo el Estado de Emergencia!
¡Fuera Piñera!
¡Por la Coordinación Nacional de organizaciones que luchan!
¡Por un Gobierno de Trabajadores!
¡Vivan los pueblos de Ecuador, Haití y Honduras que también luchan!